'Non
nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam'.
Así
es como
rezaba, de forma incorrecta en
opinión de un servidor, la
letra de una de las
composiciones
que cantamos los componentes
del coro compuesto
por unas 130 persona, que se había formado para el acto solemne
de la beatificación del jesuita Tiburcio Arnaiz
celebrado en Málaga el 20 de octubre de 2018. Y
no debió tratarse tan solo de un error de transcripción en la
partitura (inadmisible en cualquier caso, porque tales aspectos hay
que cuidarlos con mas
detalles), puesto que
también figuraba de ese modo
en el opúsculo que se editó para la ocasión en el apartado
relativo a la presentación de las ofrendas
dentro del epígrafe IV dedicado a la Liturgia eucarística.
Y,
¿por qué manifiesta
uno que la letra de la citada
composición
no era
correcta? Pues sencillamente porque aquella
es la transcripción
literal de un salmo, en
concreto el 113.9,
que en su traducción
española
dice que
'no a
nosotros, Yavé, no a nosotros, sino a tu nombre has de
dar gloria'. Por
ende, tanto
las expresiones 'a
nosotros' como 'a
tu nombre' en
su versión latina tienen que
ir en dativo ('nobis'
y 'nomini tuo'
respectivamente),
puesto
que las dos citadas
locuciones cumplen en la
oración la función de
complemento
indirecto; en consecuencia
obviamente jamás
deben
ponerse en
ablativo (cual
es el caso de 'nomine',
si no ha variado la gramática
latina, pues tal
como está el patio todo ha
podido suceder), que en
los tiempos de estudiante de un servidor estaba
reservado para
el complemento
circunstancial. Pero,
además, hay que significar
que el texto de la
composición inglesa
originaria, escrita
en ese idioma
por el
músico escocés Patrick Doyle
para la película Enrique V, habla de 'Not
to us, o Lord, but to your name
be the glory, es decir, que en
ella se mantiene la
estructura del mencionado salmo sin variar ni un ápice: el
llamado objeto
indirecto con
la preposición 'to'.
Lógicamente
el comentarista aboga
por el empleo
de citas
latinas en un discurso
escrito (no
digamos nada en una
disertación oral,
bien es verdad que
por desgracia
ya
quedan muy
pocos
oradores que hablen sin leer;
porque
lo
de hacerlo sin
guion
en el sentido de
sinopsis (1),
salvo raras
excepciones,
es
algo que raya en la utopía),
por ser
un síntoma evidente
o sinónimo claro
de erudición, siempre que
aquellas sean auténticos
latinismos y
no simples
latinajos, o sea, dichos
latinos malos y macarrónicos al
decir de la RAE, ya que en tal hipótesis produce el efecto
contrario, es decir, dan muestras inequívocas de un
desconocimiento absoluto de nuestra lengua madre, la que de forma
triste y lamentable por desgracia se ha ido dejando de lado de forma
paulatina en la formación académica de nuestros estudiantes,
másteres y doctorados aparte (con o sin plagio), que es otro
tema. Es el caso de 'urbi et orbe', por ejemplo, del
que uno forzosamente no puede hacer abstracción por ser el más
socorrido (hay muchos más, pero estos ahora no atañen a la
cuestión), empleado de esa guisa hasta la saciedad en medios de
comunicación audiovisuales por bastantes articulistas de supuesto
prestigio y/o hasta por tertulianos de hipotético postín, que
evidentemente tan solo lo son en teoría o únicamente de boquilla.
Y
es que, a
propósito de la susodicha expresión, un servidor
no puede por menos de traer
a colación de nuevo (ya lo hizo en otro de sus comentarios
anteriores)
al absurdo
intercambio epistolar, o
a esa
especie de 'diálogo
de besugos',
que tuvo hace cierto tiempo
con cierto
columnista de prensa
de Málaga (2)
porque este, a quien un
servidor le recriminó que
no la
empleara de forma correcta (o
sea, 'urbi
et orbi', pues
él efectivamente
había
escrito 'urbi
et orbe'), no
tuvo otra salida que
decir que
es que Pío Baroja
la usaba así,
argumento en
extremo inconsistente por
infantiloide,
por cuanto el célebre
novelista
vasco, que a buen seguro
tendría
mayores
conocimientos en otras ramas
del saber (posiblemente
en la medicina,
como médico que era),
no tenía por qué saber
latín, aun cuando también
está por ver
si aquellos
no eran
vastos, sino más
bien bastos; los
mismos,
a la vista está, que tenía
sobre la lengua del Lacio,
pues algunas crónicas hablan
de que no fue muy buen estudiante que
digamos.
De todas formas, al
margen de que no admite
ninguna duda de que los
vocablos 'urbs/bis
y orbis/is' pertenecen
a la tercera
declinación latina (perdón
por la pedantería) y,
por consiguiente
el dativo de ambos son 'urbi'
y ''orbi'
(3),
para más inri y a mayor
abundamiento la indubitada
locución está recogida
como frase hecha en
el diccionario de la RAE. Lo
lamenta
uno por los dos citados
escritores (el
malagueño y el vascuence),
al igual que por todos aquellos
que se empecinan en hacer un
uso inadecuado
del latín sin
tener ni pajolera idea
de lo
que hablan o escriben.
Así de sencillo.
Por
cierto, en el opúsculo a que antes se ha hecho referencia aparece
escrita hasta en seis ocasiones la frase 'te rogamos
audinos' (sic),
cosa
que a un servidor le ha llamado poderosamente la atención, porque en
los tiempos en que uno estudiaba humanidades
en el Seminario (cosa
que, por supuesto, siempre ha llevado y lleva a gala) se
escribía
'te rogamus audi nos; y,
'obiter dictum'
(que no puede ser considerado
como un extranjerismo,
porque igualmente
consta en el léxico
de la Real Academia)
sigue
figurando todavía
así, que uno sepa, en
los textos litúrgicos vigentes.
Y es que estas cosas el
comentarista
piensa
que hay que cuidarlas un
poquito más.
(1) La palabra guion, en
sus múltiples acepciones recogidas en el diccionario de la RAE,
según la nueva Ortografía de la lengua española ha de escribirse
siempre sin tilde, aunque para una parte de los hispanohablantes (los
que articulan con un hiato las secuencias vocálicas que contienen)
estas voces sean bisílabas en su pronunciación ($ 3.4.1.1). Es una
situación parecida, en cuanto a la secuencia vocálica ai
del apellido Arnaiz, que es palabra aguda terminada en z,
aunque habitualmente se pronuncie como llana.
(2) Uno cree recordar que
escribía en La Opinión.
(3)
No hace falta recordar que la locución significa a
la ciudad
(de Roma) y al
mundo entero,
que se emplea en
referencia a la bendición papal que se extiende a
todo el mundo, o
a los cuatro
vientos
o a
todas partes.
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