Que la
oratoria es un arte
uno no
tiene
la menor duda. De hecho el
Diccionario de la RAE
lo define como el
arte de hablar con elocuencia;
y esta, a su vez, es
considerada
en aquel
como la facultad
de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o
persuadir,
definición que casi
tal cual
viene a coincidir con la de retórica,
que es el
arte de bien
decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para
deleitar, persuadir o conmover.
El
gran orador latino
Marco Tulio Cicerón,
–uno
de los grandes
de la antigüedad
en
el arte
citada,
–o en
la citada arte,
pero nunca en el
citado arte,
como en ocasiones se
oye decir
o se puede ver
en algunos
medios de
comunicación–,
sostenía
que el orador tiene
que probar, agradar
y convencer; y
el pedagogo
hispanorromano Quintiliano
llegó a afirmar sobre
él que inter
omnes unus excellat,
es decir, que sobresalía
sobre los demás.
En
definitiva, aparte del
hecho de tratar de demostrar
y persuadir, un
disertador en su
discurso, sobre todo si es hablado, debe esforzarse
por deleitar a los que
oyen
o a
los que escuchan,
términos
estos
que no son sinónimos,
aun cuando en realidad
pueda
parecerlo y en la
práctica no pocas veces se confundan. No
es lo mismo oír que escuchar.
Sin
pretender ponerlos en parangón con el romano Cicerón o con el
ateniense Demóstenes, –otro de los grandes oradores de la
historia, famoso por sus célebres filípicas–, desgraciadamente
los políticos españoles de hoy no son precisamente un dechado de
perfección en tan difícil arte, –salvo en el apartado de las
invectivas, en cuya faceta a veces, quizás demasiadas, se pasan un
pelín–, pues la pureza u ortodoxia del lenguaje se la
pasan por el forro de las entrepiernas. Y, si para muestra
basta un botón, no hace falta más que hacer referencia al
penúltimo debate de investidura, el que tenía por objeto evitar
–y no se trata, no, de un error de dicción– formar un gobierno
en España, que uno tuvo la preocupación de ver por televisión,
bien es verdad que no completo del todo. Así, no faltaron
locuciones, –y algunas de forma reiterada, como no podía ser de otro modo obviamente, en la
mayoría de los portavoces de la oposición–, cuales todos y
todas, los españoles y las españolas, los diputados y
las diputadas, los trabajadores y las
trabajadoras, los abuelos y las abuelas, los gallegos
y las gallegas, o
las maestras y los maestros –esta
vez Pablo Iglesias cambió
el orden de los sexos,
pero ya se sabe que,
matemáticamente
hablando, el orden de factores no altera el producto–,
que, en opinión de un servidor,
al margen de su incorrección
lingüística, resultan
hasta cacofónicas y disonantes.
Ya en
algún comentario anterior un servidor se refirió de soslayo al
tema del hablante cuando este alude en plural a una clase genérica
de personas o seres en general, –el asunto concreto de los
los y
las
las–, que el comentarista entiende
es algo inadecuado y que, por lo tanto, debe esquivarse
siempre en el lenguaje culto, salvo que nuestros representantes
políticos estén exentos de su utilización, que parece ser que sí
lo están. Y en tal sentido, parando mientes en esa situación, uno
se va a limitar en este espacio a reseñar lo más destacable que al respecto señala
el Diccionario Panhispánico de Dudas, a saber:
En los
sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no
solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino,
sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos
de la especie, sin distinción de sexos…. Así, con la expresión
"los alumnos" podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente
por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto, formado por
chicos y chicas. A pesar de ello, en los últimos tiempos, por
razones de corrección política, que no de corrección lingüística,
se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos
la alusión a ambos sexos…. Se olvida que en la lengua está
prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través
del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse
intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley
lingüística de la economía expresiva... (Sin embargo, uno tendría que añadir aquí que curiosamente no existe inconveniente alguno en referirse, -incluso por las propias féminas-, a la médico o la juez, por ejemplo, cuando ya es del todo correcto hablar de la médica o la jueza). Solo es necesaria la
presencia explícita de ambos géneros, -añade la RAE-, cuando la oposición de
sexos es un factor relevante en el contexto, como
en
las frases “La proporción de alumnos y alumnas en las
aulas se ha ido invirtiendo progresivamente”; o
“En las actividades deportivas deberán participar por igual
alumnos y alumnas”.
Pues
eso; he who is able to receive this, let him receive it,
id est,
qui potest capere capiat,
(Mt. 19-12), o séase,
que al buen entendedor.
. .
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