En
la modesta opinión de un servidor, no tó er mundo é güeno,
como sensu contrario reza el título de la famosa película de
Manolo Summers, hasta el año 1982 –dicen– el film más
taquillero del cine español. Y desde luego, si antes uno podría
tener alguna duda dello, a partir del 23 de noviembre de 2016
ya no tiene ninguna. Y, por qué dice eso el comentarista. Pues
porque en esa fecha, en que se produjo el fallecimiento por infarto
de miocardio de la conocida política valenciana Rita Barberá (en
esos momentos senadora por designación autonómica en las Cortes
Generales españolas, dato este importante por lo que se dirá
después), los diputados de Unidos Podemos se negaron a secundar el
minuto de silencio, que, por decisión de la presidenta del Congreso,
Dª Ana Pastor, se llevó a cabo en el Congreso de los Diputados en
recuerdo de la ex alcaldesa de Valencia. Los impresentables Pablo
Iglesias, Íñigo Errejón y Alberto
Garzón (es una lástima que este último sea casi paisano de un
servidor) justificaron su actitud en que la senadora (ya que todavía
lo era a la hora de fallecer) no merecía un homenaje por parte de
la Cámara porque había sido una corrupta.
Un
líder político puede ser de extrema izquierda, pero lo que no puede
ser nunca, o no debería serlo, es de extrema incoherencia; mucho
menos ser falso y embustero, pues ya se sabe aquello del "mentiroso y
el cojo". Lamentamos la muerte de Barberá pero no podemos
participar en un homenaje político a alguien cuya trayectoria está
marcada por la corrupción, explicó
Pablo Iglesias.
Respeto y condolencias en el ámbito privado pero no participamos
en el homenaje político póstumo en sede parlamentaria a Rita
Barberá, afirmó Errejón. Hacer un minuto de silencio en el
Congreso por la muerte de Rita Barberá es un homenaje a su
trayectoria, sostuvo Garzón, quien en el colmo de la desfachatez
añadió que con Labordeta se propuso y la Mesa del
Congreso lo desestimó; por eso no hemos compartido esa
decisión política y hemos optado por marcharnos. Habría que
decirle, eso sí, a este último que lo de querer justificar tan
despreciable actitud en que con el desaparecido José Antonio
Labordeta no se hizo lo mismo es mear fuera del tiesto y
mentir descaradamente; sí, porque el conocido cantautor zaragozano
–repase las hemerotecas, sr. Garzón– no era diputado cuando
falleció en 2010, pues su representación en la Chunta Aragonesista
tuvo lugar en las VI y VII legislaturas, que transcurrieron
–recuérdelo, sr Garzón– entre el 27/3/1996 al 4/4/000 y desde
el 5/4/2000 al 1/4/2004, respectivamente. Pero es que, además,
Labordeta sí tuvo su homenaje espontáneo en el Congreso
–infórmese mejor, sr. Garzón–, cuando el diputado de Izquierda
Unida, el ampulosamente retórico Gaspar
Llamazares, al iniciar una intervención parlamentaria tuvo un
emocionado recuerdo para un gran diputado, gran compañero y gran
persona que nos ha dejado, arrancando el aplauso de los diputados
que en ese momento lo escuchaban desde sus escaños.
No
es preciso recordar que Dª Rita Barberá rigió los destinos del
Ayuntamiento de Valencia nada menos que veinticuatro años (entre
1991 y 2015, ganando las elecciones por mayoría absoluta en 1995,
1999, 2003, 2007 y 2011), aparte de haber sido diputada por su ciudad
en las Cortes valencianas (entre 1983 y 2015); lo de ser senadora
desde el 2015 hasta su fallecimiento casi entra en el terreno de lo
anecdótico. Y en el plano intelectual no debió ser ninguna
analfabeta, (conviene decirlo abiertamente y sin ambages, porque
lamentablemente en nuestro país tenemos muchos políticos, quizás
demasiados, que no saben hacer la “o” con un
canuto), pues era licenciada en Ciencia Políticas,
Económicas y Empresariales por la Universidad de Valencia y en
Ciencias de la Información en la rama de Periodismo por la
Complutenses de Madrid.
Con
toda seguridad, en su época al frente del Ayuntamiento de la capital
del Turia, cometería algunos, o puede que incluso muchos, errores;
pero algún acierto, probablemente más de uno, quizás también
tuvo. Pero eso es lo de menos; lo de más es que, con sus virtudes y
defectos, era un ser humano. Por eso negarse a guardar un simple
minuto de silencio (que en modo alguno puede considerarse un
homenaje, pues como tal debe entenderse, sépanlo tan doctos
personajes, el acto o serie de actos que se celebran en
honor de alguien o de algo)
en memoria de una compañera de trabajo (pues las Cortes era el
suyo, no lo olvidemos) fue una mayúscula falta de respeto, haciendo
abstracción de que acusarla de corrupción es todo un dislate
jurídico, puesto que hasta ahora no había sido (ni
lamentablemente para aquellos personajillos podrá
serlo ya, a tenor de lo establecido en el art. 130 del Código
penal) condenada ni por eso ni por nada. Por cierto, ¿lo de guardar un minuto de
silencio no se hace, por ejemplo, en un partido de fútbol por el
fallecimiento de un futbolista o hasta por un directivo de un
determinado equipo?
A
cierto comentarista lo oyó decir un servidor en cierta ocasión
(opinión que comparte uno en su totalidad) que desde que
aterrizó la señora poseída por el diablo llamada Democracia, esta
se convirtió en una leprosería política. Y Josep Pla,
considerado de forma unánime como el prosista más importante de la
literatura catalana contemporánea, llegó a afirmar que la
izquierda ha hecho siempre lo mismo: su aberración de la realidad
del país la mantiene, como siempre, en su ignorancia antediluviana;
y se le atribuye la frase (bien es verdad que dicha en otro
contexto, cual fue refiriéndose al nacionalismo) que un pedo a
todo el mundo le huele mal, menos al que se lo tira.
Pues
eso.
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