sábado, 28 de enero de 2017

HABLEMOS DEL ANTIGUO PARTICIPIO DE PRESENTE

A uno le enseñaron en la escuela –evidentemente hace ya bastantes años– que las formas no personales del verbo eran el infinitivo, el gerundio y el participio (amar/ temer/ partir, amando/ temiendo/ partiendo y amado/ temido/ partido, respectivamente, según se tratara de los modelos de la 1ª, 2ª o 3ª conjugación). Y en las consabidas tablas de esas conjugaciones, en las que se reflejaban todos los tiempos (algunos tan olvidados en el lenguaje habitual e incluso culto, como el pretérito anterior o el futuro de subjuntivo, casos de hube amado/ hube temido/ hube partido o amare/temiere/ partiere), nada se solía decir, ni tampoco se dice ahora, del antiguo participio de presente, aunque es verdad que en el diccionario aparece su definición como forma verbal procedente del participio de presente latino, con terminación “nte”, que en español se ha integrado casi por completo en la clase de los adjetivos (alarmante, permanente, etc.), en la de los sustantivos (cantante, estudiante, etc.), en preposiciones (durante, mediante), o en adverbios (bastante, no obstante). De hecho, aquel equivale al llamado hoy participio activo, denominado así porque en latín se forma sobre el tema de presente de los verbos, al que se añaden las desinencias correspondientes a los distintos casos. Por lo tanto su desaparición no ha sido total, a pesar de que la RAE en su web, al igual que tampoco lo hace con los tiempos compuestos (casos del pretérito perfecto, del pluscuamperfecto o del futuro perfecto, tanto en el modo indicativo como en el subjuntivo), del pretérito anterior en el primero de los modos citados, del potencial o condicional perfecto y del infinitivo pretérito) no los incluya actualmente en las conjugaciones, limitándose a decir que estos se forman con el verbo auxiliar haber y el participio pasivo del verbo que se conjuga. De otra parte, si se especifica que el participio es pasado o pasivo (cierto que igualmente se indica simplemente participio), es lógico pensar que se contrapone a otro participio, en este caso el casi desaparecido participio de presente o actual participio activo.

En definitiva, y a lo que iba el comentarista, es que no lleva razón esa supuesta profesora, –no se sabe de qué–, en cuanto a lo que sostiene, en uno de eso vídeos que pululan por las redes sociales, que no es correcto hablar de presidenta cuando se alude a una mujer dirigente –se estaba refiriendo a la conocida ex mandataria argentina o a la actual dignataria de Chile–, ya que se debe decir la presidente, so fútil motivo de que son principios activos como derivados verbales. Es verdad que, como afirma ella, no puede ni debe decirse nunca la atacanta, la estudianta o la cantanta. Pero sepa la susodicha profesora como se ve, los ignorantes tienen cabida en todas partes y no solo entre políticos y comunicadores–, que hay vocablos terminados en nta que están admitidos por la RAE como palabras autónomas, no obstante en su origen procedan del antiguo participio de presente, casos de asistenta, dependienta, gobernanta, pretendienta, sirvienta, tenienta, practicanta (no en el sentido de la persona que practica, sino de la que ejerce aquella profesión relacionada con la medicina); y, por supuesto, ese hipotético palabro que no le gusta nada a ella, cual es el de presidenta. Es más, existen otros términos que igualmente están recogidas en nuestro léxico, aunque no procedan de aquellos añejos participios, sino directamente del latín, –de la misma forma que lo es ente, que tiene su origen en la voz latina ens/entis y uno entiende no es, en contra de la opinión de la profesora, el participio activo del verbo ser, sino del verbo sum–, como son los de clienta, parienta, parturienta, penitenta, regenta o también gerenta (esta última solo empleadas en Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela); o simplemente porque su uso se ha aceptado en femenino, como sucede con el de sargenta, bajo las acepciones de religiosa lega de la Orden de Santiago, la alabarda que llevaba el sargento, la mujer del sargento o la mujer corpulenta, hombruna y de dura condición (las dos últimas en tono coloquial tan solo).

Por cierto, sra. profesora, si bien un servidor está de acuerdo con usted respecto el tema de que no es lingüísticamente correcto usar al alimón el masculino y del femenino cuando se alude en plural a ambos sexos (que no géneros, porque las personas no tenemos género sino sexo, en tanto que las palabras tienen género y no sexo), no comparte su criterio de que en la actualidad lo académico sea decir la abogado o la arquitecto, en vez de la abogada o la arquitecta (lo mismo que en el supuesto de esas otras profesiones ejercidas por féminas de ingenieras, médicas, cirujanas, juezas, odontólogas, etc., que hasta hace poco pertenecían al género común), ya que hoy es válido su empleo tanto en masculino como en femenino, con lo cual se evita de paso con ello cualquier sabor a anacronismo y a posible tufo de concordancia vizcaína.






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