A
uno le enseñaron en la escuela –evidentemente hace ya bastantes
años–
que las formas no personales del verbo eran el infinitivo, el
gerundio y
el participio (amar/
temer/
partir, amando/
temiendo/
partiendo
y
amado/
temido/
partido,
respectivamente,
según se tratara
de los
modelos de la
1ª, 2ª o 3ª conjugación).
Y
en las consabidas tablas de esas
conjugaciones,
en las que se reflejaban todos los tiempos (algunos
tan olvidados en
el
lenguaje habitual e
incluso culto,
como el pretérito
anterior o el futuro
de subjuntivo, casos
de hube
amado/ hube temido/ hube partido
o amare/temiere/
partiere), nada
se solía decir, ni
tampoco se dice ahora,
del antiguo
participio
de presente, aunque
es
verdad que
en el diccionario aparece su definición como forma
verbal procedente del participio de presente latino, con terminación
“nte”, que en español se ha integrado casi por completo en la
clase de los adjetivos (alarmante,
permanente, etc.),
en la de los sustantivos (cantante,
estudiante, etc.),
en preposiciones (durante,
mediante),
o en adverbios (bastante,
no obstante).
De
hecho, aquel equivale
al
llamado
hoy participio
activo,
denominado
así porque en latín se forma sobre el tema de presente de los
verbos, al que se añaden las desinencias correspondientes a los
distintos casos.
Por
lo tanto su
desaparición
no
ha sido total,
a pesar de que
la
RAE en
su web, al
igual que
tampoco lo hace con los tiempos compuestos (casos
del pretérito perfecto, del
pluscuamperfecto o del
futuro perfecto, tanto en el modo indicativo como en el subjuntivo),
del pretérito anterior en el primero de los modos citados, del
potencial o condicional perfecto y del infinitivo pretérito)
no los incluya actualmente en las conjugaciones, limitándose a decir
que
estos se
forman con el verbo auxiliar haber y el participio pasivo del verbo
que se conjuga.
De otra
parte,
si
se especifica que el
participio es pasado
o
pasivo
(cierto
que igualmente
se
indica simplemente
participio),
es lógico pensar que se contrapone a otro participio, en este caso
el casi desaparecido
participio
de presente o
actual participio activo.
En
definitiva, y a lo que iba el
comentarista, es
que no lleva razón esa supuesta profesora, –no se sabe de
qué–, en
cuanto a lo que sostiene, en
uno de eso vídeos que pululan por las redes sociales, que
no es correcto hablar
de
presidenta
cuando
se
alude
a una
mujer
dirigente –se estaba refiriendo a la conocida
ex mandataria argentina o
a la actual dignataria
de
Chile–,
ya
que se
debe decir
la
presidente,
so
fútil motivo de que son
principios activos como derivados verbales.
Es
verdad que, como
afirma ella,
no puede ni debe decirse
nunca la
atacanta,
la estudianta
o
la
cantanta. Pero
sepa la
susodicha
profesora
–como
se ve, los
ignorantes
tienen
cabida en
todas partes y
no solo entre políticos y comunicadores–,
que
hay vocablos
terminados
en
nta
que están admitidos
por la RAE como palabras autónomas, no
obstante en
su origen procedan
del
antiguo participio de presente, casos
de asistenta,
dependienta, gobernanta,
pretendienta,
sirvienta,
tenienta,
practicanta
(no
en el sentido de la
persona que practica,
sino
de la
que ejerce aquella
profesión relacionada con la medicina);
y,
por
supuesto,
ese
hipotético
palabro
que no
le gusta nada
a
ella,
cual
es el de
presidenta.
Es
más, existen
otros
términos
que
igualmente
están
recogidas
en nuestro
léxico,
aunque
no
procedan
de aquellos
añejos
participios, sino
directamente
del
latín,
–de
la misma forma que lo es ente,
que tiene su origen
en la
voz latina
ens/entis
y
uno
entiende
no es,
en
contra de la opinión de la profesora, el
participio activo del verbo ser,
sino
del verbo
sum–,
como
son
los de
clienta,
parienta,
parturienta,
penitenta,
regenta o
también
gerenta (esta
última solo empleadas
en
Argentina,
Bolivia,
Chile,
Ecuador,
Honduras,
México,
Nicaragua,
Paraguay,
Perú, República
Dominicana,
Uruguay
y
Venezuela);
o
simplemente
porque
su uso se ha
aceptado
en femenino, como
sucede con
el
de sargenta, bajo
las acepciones
de religiosa
lega de la Orden de Santiago, la
alabarda que llevaba el sargento, la mujer del sargento o
la mujer corpulenta, hombruna y de dura condición (las
dos últimas en tono coloquial tan solo).
Por
cierto, sra. profesora, si bien un servidor está de acuerdo con
usted respecto el tema de que no es lingüísticamente correcto
usar al alimón el masculino y del femenino cuando se alude en
plural a ambos sexos (que no géneros, porque las personas no
tenemos género sino sexo, en tanto que las palabras tienen
género y no sexo), no comparte su criterio de que en la
actualidad lo académico sea decir la abogado o
la arquitecto, en vez de la abogada o la
arquitecta (lo mismo que en el supuesto de esas otras profesiones
ejercidas por féminas de ingenieras, médicas, cirujanas,
juezas, odontólogas,
etc., que hasta hace poco pertenecían al género común),
ya que hoy es válido su empleo tanto en masculino como en
femenino, con lo cual se evita de paso con ello cualquier sabor a
anacronismo y a posible tufo de concordancia vizcaína.
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