Que
en política, y por supuesto en los políticos, vale todo no debe de
extrañarnos nada a estas alturas de la película, lo cual es
algo que huelga decir porque es de sobra conocido; y, por ende, se
hace innecesario apostillar muy poco más al respecto. Ello no
obstante, un servidor no puede por menos de hacerse eco con este
comentario a una noticia que lo ha dejado nuevamente perplejo, si es
que ya cabe quedarse así con estas cosas. Porque resulta que algún
medio local de comunicación ha publicado el dato de que Dª María
Victoria Romero Pérez (más conocida como Mariví Romero por su
años de concejala en el Ayuntamiento de Málaga bajo
los mandatos de doña
Celia
Villalobos y don
Francisco
de la Torre, donde ostentó responsabilidades en
el Área
de Bienestar Social, aparte
de ser portavoz del
grupo municipal al
que representaba) aspira en
las próximas elecciones del
mes de mayo de 2019 a
ser alcaldesa por las
siglas del PP en Almogía, localidad con la
que no tiene vinculación ninguna, según ha destacado el
mismo periódico. Y ella ha
afirmado que “afronta
con ilusión este reto que le ha pedido su
partido”
(y
se ha quedado, eso
sí, tan pancha),
añadiendo
que “es
una experiencia nueva y bonita”, así
como que
“he
estado en una gran ciudad y ahora voy a un pequeño municipio en el
que espero aportar mi
experiencia”. Uno
desde luego lo que tiene bien claro es que, si fuera almogiense o
almogiano, seguro que no la votaría, por muy mal que lo haya hecho
D. Cristóbal Torreblanca, su rival por el PSOE y
aspirante
otra vez a
revalidar la Alcaldía en
la que lleva de manera ininterrumpida 36 años, lo
que sitúa a este
pueblo malagueño
de algo más de tres mil habitantes como
uno de los feudos
socialistas en la
provincia (ocho ediles
frente a los tres del PP) y
que revela de
forma evidente, a juicio
de sus propios paisanos,
que no
lo ha debido hacer
tan mal del todo.
Un
servidor no ha entendido jamás que alguien que reside en Pontevedra,
por ejemplo, pueda ser diputado o senador por Almería o por
cualquiera otra ciudad distinta de aquella en la que vive; o a la
inversa, por citar dos localidades asaz distantes entre sí, si no
ha estado nunca en una de ellas ni de visita, por mucho que la Ley
Electoral (1) no lo
prohíba expresamente, que a lo mejor debiera hacerlo. Pero todavía
lo entiende menos, por razones obvias que no hace falta ni siquiera
reseñar, en el caso de una villa o un pueblo más bien pequeño.
Porque el comentarista se pregunta de inmediato si no será más
bien, aun admitiendo excelentes propósitos en quien aspira a
regir los destinos de esa villa o ese pueblo (cosa que evidentemente
está por ver), que no haya en el fondo de sus intenciones cierto
afán de protagonismo, cuando no de seguir figurando en primera línea
aunque sea en menor escala. Y es que a uno le ha venido a la memoria,
como no podía ser de otro modo, algo que aprendió en sus tiempos
de seminarista, refiriéndose en concreto a aquel texto, tomado
literalmente de la primera epístola del apóstol san Juan, de que
“todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia
de la carne, la concupiscencia de los ojos y
la vanagloria de la vida (concupiscentia
carnis, concupiscentia oculorum ac superbia vitae), no procede
del Padre, sino del mundo (1 Jn 2.16). Porque, de acuerdo con la
etimología del término, 'concupiscencia'
(proveniente del verbo latino 'cupere' y
reforzado con el prefijo 'con', que
significa 'desear,
anhelar, estar apasionado por') en la moral católica hace
alusión a la propensión natural del ser humano (que no la
persona humana (2),
como suele decirse erróneamente con mucha frecuencia por tantos y
tantos oradores y articulistas, por ser un auténtico pleonasmo), y
sea este hombre o mujer (que en esto no hay diferencia que valga
entre la igualmente mal llamada también diferencia de género,
sobre la cual uno no quiere incidir) por mantener un
afán desmedido y desenfrenado por el sexo, por el poder y/o
por el dinero, pues todo en la vida parece que, en efecto,
lo ciframos lamentablemente en tales necesidades o ambiciones,
olvidando que existen otros valores superiores, al margen de que se
sea creyente o no. Y, puesto que en Semana Santa estamos y acabamos
de dejar atrás la Cuaresma, tampoco está mal hacer alusión a que
la Iglesia católica nos recuerda a los cristianos en el Evangelio
del primer domingo de dicho tiempo litúrgico que una de las
tentaciones de que por parte del maligno fue objeto
Jesucristo (ese Ser maravilloso y extraordinario, que por estas
fechas recordamos todos los años en la mayoría de los pueblos y
ciudades de España, cuya divinidad tristemente se pone hoy día en
entredicho por bastantes laicistas y a veces se duda hasta de su
existencia como personaje histórico, lo cual roza ya el colmo del
dislate) hace referencia a una de ellas, la del afán de poder,
cuando el diablo lo llevó a un monte muy alto y
mostrándole todos los reinos del mundo y
la gloria de ellos, le dijo: “Todo esto te daré si,
postrándote, me adorares” (3).
(Haec omnia tibi dabo, si cadens, adoraveris me).
(2) Según el diccionario de la RAE en su primera acepción, es el individuo de la especie humana.
(3) Mt. 4. 8-9.
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