La
palabra arte –que
etimológicamente procede de
la
voz
latina
ars/tis, cuya
traducción
es
simplemente habilidad o
talento, y
que
a su vez procede del
término
griego
τέχνη– en
la
primera
acepción
del
diccionario de la RAE se
define
como la capacidad
o habilidad
para hacer algo;
luego, en su segunda
entrada
se indica que es la
manifestación
de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se
plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o
sonoros. De
ahí que podamos
deducir
que un
zapatero, un
armador de barcos, un
orfebre, etc.,
son todos artistas
en la medida en que su trabajo consiste
en una técnica
o
una capacidad para
producir algo que anteriormente no existía.
El
arte,
pues, puede
estar
relacionado con cualquier clase de actividad humana.
Pero,
cuando se habla de las
artes bellas o
las
bellas artes, es
de suponer que nos estamos refiriendo a ciertas artes a las que les
añadimos un determinado
plus; de ahí que en el
diccionario de la RAE se diga en concreto que es el conjunto
de las que tienen por objeto expresar la belleza. Y
tradicionalmente, desde el siglo XVIII al menos,
se consideraban como tales a la
arquitectura, la
escultura, la
pintura, la
música y la poesía. Posteriormente
se incluyeron también en
dicha nómina a la
danza y el cine, (de
hecho a este último se le denomina el séptimo arte),
pues el intento de incluir entre
ellas a
la elocuencia
al
fin no
cuajó.
De
todas formas
la
RAE, que hasta la XXII
edición
del diccionario incluía como tales a
la pintura, la escultura, la arquitectura y la música
–olvidaba
ya, como
se ve,
a la poesía–,
en
la actualidad ha excluido
también
de tan honorífica mención a
la arquitectura,
no
se sabe bien si adrede
o a
propósito, porque es verdad que
hoy
día los
arquitectos demuestran
poca
imaginación a la hora de diseñar los edificios modernos
en nuestros pueblos y ciudades.
Centrando
la atención en el caso de la
poesía en
un
sentido
amplio, es decir, en
el
de la
literatura
en general,
podemos decir que es
–siempre siguiendo a la RAE, como uno suele hacer– la
manifestación de la belleza o del sentimiento estético
por medio de la palabra, sea en verso o en prosa. Y
ya, ciñéndonos al
motivo que ha dado pie a un servidor a pergeñar este concreto
comentario, por verso
hemos de entender
la palabra
o conjunto de palabras sujetas a medida y cadencia, o solo a
cadencia, por
contraposición a prosa, esto es, la
forma de
expresión habitual, oral o escrita, no sujeta a las reglas del
verso. De
ello se
colige, como así
también lo
aprendió uno en
el colegio,
que el verso ha de
someterse a unas determinadas
normas, cuales
son el ritmo y la
rima; en definitiva lo que se conoce como métrica, que hoy obvian
o pasan por alto tantos
y tantos aficionados
a poetas, que no son más que auténticos poetastros.
En
todo caso, haciendo abstracción aquí de la rima, –para un
servidor imprescindible también en cualquier clase de
versos dentro de una estrofa, sea aquella en consonante o asonante–,
el ritmo es igualmente fundamental en todo tipo de verso. Ya se sabe
que este, si termina en palabra esdrújula, debe tener una sílaba
más, de la misma forma que, de acabar en aguda, debe contener una
sílaba menos. Pero, a su vez, el poeta dispone de una serie de
recursos, –las llamadas licencias poéticas–, que básicamente
son la sinalefa (unión en una única sílaba de
dos o más vocales contiguas pertenecientes a palabras distintas),
la diéresis o dialefa (pronunciación en sílabas
distintas de dos vocales que normalmente forman diptongo) y la
sinéresis (reducción a una sola sílaba, en una misma
palabra, de vocales contiguas que normalmente se pronuncian en
sílabas distintas).
En
esta ocasión uno ha querido parar mientes en una estrofa de un
pequeño libro –pequeño en cuanto a volumen, pero bastante
grande en su contenido– que está a punto de sacar a la luz el
buen amigo y mejor poeta José Luis Serrano López. Dicho libro
consta de 69 décimas, –o espinelas, como asimismo se conoce a esa
clase de estrofa–, dedicadas a Belén, el belén y todo lo que ello
significa y ha significado para él a lo largo de la historia; de
hecho lo ha titulado Mito y Misterio en Belén. Y el
comentarista ha querido trascribir aquí la n º 51, –que alude sin
duda al momento en que el autor estudiaba en el seminario allá en
Uclés–, porque en ella se pueden apreciar claramente varios
ejemplos de sinalefa, al igual que uno de diéresis y otro de
sinéresis; y que reza así:
Entre exámenes escritos
se
preparaba el Adviento.
Anunciaban
el momento
del
misal los intröitos.
Blanco
coro de angelitos
del
cielo pedía rocío
y
el triste campo baldío
ver
de los tiempos la aurora.
La
campana retadora
lanzaba
su canto frio.
Quede a curiosidad del lector
comprobar por sí mismo cada una de las licencias poéticas citadas.
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