Sabido
es que una de las principales funciones del Gobierno consiste en la
elaboración de los Presupuestos Generales del Estado para el año
siguiente, que habrán de presentarse ante el Congreso de los
Diputados tres meses antes de la expiración de los del año anterior
(art. 134 C.E.), para
lo cual obviamente no
queda ya mucho
tiempo; y menos que va
a quedar si las
cosas
siguen
así, por la postura
incomprensible del líder del PSOE a quien le he oído decir en
varias ocasiones que votará NO
a dichos
presupuestos. Porque
vamos a ver, sr. Sánchez, –y no me refiero al tema de la
investidura de Rajoy, para la que sí es admisible y lógica su
oposición por razones obvias–, para votar algo, primero habrá que
saber
qué es lo que se va a
votar; y, si los citados presupuestos aún no han
sido elaborados o, al
menos, no se han dado a
conocer,
¿cómo puede usted
decir que se va a
oponer por sistema,
sin tan siquiera saber
si van
a venir bien a las
reivindicaciones de su
Partido? Por cierto,
como en Wikipedia he leído que habla usted inglés
y francés, aparte del castellano, –la RAE dice que es recomendable
decir español–,
sería curioso
comprobar cuál es su
nivel de estos dos últimos idiomas, porque el del español
a nivel de oratoria no es que esté a la
altura de Cánovas o Castelar precisamente; ahí están esas sus
expresiones españoles
y españolas, amigos y amigas o
trabajadores y trabajadoras
que chirrían al oído y
son vituperadas por nuestra Real Academia de la Lengua.
Pero
a lo que iba uno.
A
un servidor, cuando iniciaba sus estudios universitarios hace ya
muchos años, se le quedó grabada en la memoria la frase que da
título al presente comentario, –y es génesis del mismo–, como
atribuida a Thomas Hobbes, uno de los más acérrimos defensores del
pesimismo
antropológico y
célebre por su conocida obra Leviatán.
Pero no fue en
esta obra, sino en la De
Cive, –escrita
curiosamente
en
latín y
no
en inglés,
al
igual que De
Corpore
y
De Homine,
las
cuales conforman su famosa trilogía
sobre
el ciudadano,
el cuerpo y el hombre–,
donde
aparece la frase en la
dedicatoria que le hizo
al conde de Devonshire.
Sin
embargo, si es cierto
que Hobbes
utilizó la
expresión en un
determinado contexto,
no es menos verdad que
el controvertido
filósofo británico nunca
reivindicó su autoría,
–profecto
vere dictum est homo
homini lupus
añadía
él,
es decir,
ciertamente se ha
dicho que el hombre es un lobo para el hombre, lo
que significa que no fue su
creador, sino que la expresión ya existía cuando él la plasmó en
su libro–, aunque
probablemente le quepa
el mérito de ser quien
más haya
contribuido a
su divulgación
y conocimiento. Porque
fue al
comediógrafo latino Plauto, en su obra Asinaria
o Comedia
de los asnos, a
quien le cupo el honor de acuñar
la frase; y esta, en
su redacción
completa, decía que lupus
est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit
(el
hombre es un
lobo para el
hombre, y no hombre, cuando desconoce
quién es el
otro).
Y,
hablando de lobos, no está nada mal a traer a colación la conocida
fábula de Esopo sobre el lobo y el cordero, un lobo y un cordero,
que, cada uno por su lado, fueron a un rio a beber agua para calmar
su sed. El lobo estaba bebiendo agua en la parte de arriba del río,
mientras que el cordero lo hacía bastante más abajo. El lobo
buscando algún motivo para atacar al cordero comenzó a decirle:
“¿Por qué me enturbias el agua mientras yo bebo?” El cordero le
respondió que difícilmente podía él enturbiarle el agua si
estaba bebiendo en la parte baja del río. Pero el lobo buscando un
pretexto para atacar al cordero, lo acusó diciéndole que seis
meses atrás lo había ofendido. El pobre cordero le dijo que él en
ese tiempo todavía ni había nacido. “Eso no importa –dijo el
lobo–, si no fuiste tú, sería tu padre”. Y, sin mediar ninguna otra
palabra, el lobo se abalanzó sobre el cordero y lo devoró.
Cuando
alguien quiere imponer su razón, sin escuchar las razones de los
demás, cualquier pretexto es bueno para poder hacerlo.
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