Una amiga mía suele afearle a un servidor esa especie de manía
obsesiva que tiene uno (y no ella, claro está) con el tema del
lenguaje tanto hablado como escrito, en este último caso obviamente
tildes incluidas, pues el comentarista entiende que, tanto cuando
aquellas se ponen indebidamente, como cuando se omiten sin tener que
hacerlo, es algo que debe considerarse una falta de ortografía, al
igual que otra cualquiera. En todo caso, no cabe duda de que en el
fondo mi amiga tiene razón; y, como uno lo reconoce así sin
ambages, espero que sepa perdonarme y aquí paz y después
gloria, como reza el conocido adagio.
De
hecho, hace unas fechas estuvimos los dos viendo la obra de teatro
TOC TOC, del escritor francés Laurent Baffie; y al día siguiente
fuimos a verla también al cine, (pues ambas coincidían en el
cartel y en la cartelera), con objeto de captar mejor la trama y el
significado de la pieza teatral, porque la acústica del recinto no
era muy buena que digamos, al margen de que alguna que otra
carcajada a destiempo del espectador de turno cercano dificultaba un
poco más la audición (Por cierto, cuentan las estadísticas que la
obra lleva representándose en Madrid durante ocho años
consecutivos, así como que la han visto unos 800.000 espectadores a
lo largo de más de 2.200 funciones).
A
título de curiosidad, obra de teatro y película abordan en clave de
humor el tema de los TOC (Trastornos Obsesivos
Compulsivos) de los que todos, o casi todos y todas, tenemos o hemos
tenido algo alguna vez. Ambas cuentan la historia en definitiva
(mejor la primera que la segunda) de seis personajes que acuden a la
consulta de un eminente psiquiatra para tratarse de las fobias que
los acosan. Uno de ellos, un hombre maduro y convencional, es incapaz
de articular una palabra seguida sin decir algún insulto o
barbaridad (con excesiva reiteración en referirse a los genitales,
propios y extraños); otro tiene una exagerada obsesión por el
cálculo matemático y un impulso irresistible por la verificación;
y a un tercero le absorbe la manía de no pisar cualquier tipo de
raya y de colocarlo todo de manera asimétrica; una mujer trata de
evitar el contacto físico con el resto de las personas o cosas,
lavándose las manos cada dos por tres ante el riesgo de ser
contaminada por cualquier bacteria humana o ambiental; una segunda
revisa su bolso una y otra vez para comprobar que todo está en su
sitio, santiguándose con la misma frecuencia con la que pestañea, y
una tercera es una chica que repite siempre dos veces cada una de las
palabras o frases que pronuncia.
Pero, yendo al tema que ha dado pie a un servidor a elaborar el
presente comentario, la cuestión estriba en que en uno de los más
prestigiosos diarios a nivel nacional, en su edición digital del día
30 de octubre de 2017, se podía leer (curiosamente, tras censurarlo
el comentarista en las redes sociales, despareció como por arte de
birlibirloque) que LA FISCALÍA SE QUERELLARÁ CONTRA EL
GOVERN POR REBELIÓN EN LA AUDIENCIA. (En realidad no
es la primera vez que uno se refiere al problema de los
titulares de prensa, puesto que en ocasiones la capacidad de síntesis
de los periodistas, o pseudoperiodistas vaya usted a saber, deja
mucho que desear, confundiendo el
culo con las témporas, la velocidad con el tocino o la
gimnasia con la magnesia, expresiones todas que en el fondo
vienen a incidir en lo mismo, esto es, que no se sabe lo que se
quiere decir, desorientando con ello a la opinión pública). Y es
que en la situación comentada la cosa no puede estar más clara, es
decir, en este caso menos clara, porque es evidente que, interpretando literalmente dicho titular, el lector no puede llegar a otra
conclusión de que LA FISCALÍA SE QUERELLARÁ
CONTRA EL GOVERN, PORQUE ESTE HA LLEVADO
A CABO UNA REBELIÓN EN LA AUDIENCIA. Si, porque en la
presente hipótesis ni siquiera puede hablarse de que se produzca un
error de anfibología (1),
como en la frase que uno aprendió de pequeño cuando
estudiaba la figura, a saber: 'la niña dio a Pedro su
reloj' o aquella otra de 'el niño vio al profesor
cuando bajaba la escalera'. En efecto, en
ellas sí cabe una doble interpretación, pues no se sabe a
ciencia cierta qué reloj dio la niña a Pedro, si el suyo propio o
el de él; o quién bajaba la escalera, si la niña o el profesor.
Después, sí, cuando leías la noticia de marras, resulta que en
la Audiencia, al menos de momento, no se había producido rebelión
ni nada que se se le parezca, aunque conociendo al individuo en
cuestión nada tendría de particular que, llegado el caso, se
produjera.
Es
de esperar por el bien de todos que, a la hora de interponer la
querella contra Puigdemont, la Fiscalía solicite las medidas
cautelares que sean oportunas (y que el juez las adopte, sin cambiar
después rápidamente de opinión), porque a la vista está que a
aquel le ha faltado tiempo 'para tomar las de Villadiego'
o 'para poner pies en polvorosa'. Como le han espetado
abiertamente en Bruselas, cuando se ha sabido que ha escapado de su
tierra con la idea de pedir asilo político, si declaras la
independencia, es mejor quedarte cerca de tu pueblo. ¡Bravo!,
pues, por el Sr. Puigdemont, porque lo tiene bastante crudo.
(1) Según la RAE, el término
tiene dos acepciones: 1.-
Doble
sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que
puede darse más de una interpretación.
2.
Ret. Empleo voluntario de voces o cláusulas con doble sentido.
También
se la llama
disemia
(dos
significados)
o polisemia
(varios
significados),
aunque
en
sentido estricto una polisemia no
es siempre una anfibología, como
por ejemplo la palabra
cabo, que
puede significar
la punta de tierra que penetra en el mar o
un escalafón de la carrera militar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario