Hace
ya más de veinte años, cuando un servidor estaba en activo desde el
punto de vista laboral (iba a decir laboralmente
hablando, pero ha comprobado que el adverbio citado no está recogido
en el diccionario de la RAE y, por tanto, el empleo de tal locución
obviamente iría en contra de sus principios de no usar palabros en
el sentido literal del término, es decir, palabra
rara o mal dicha,
aunque no llegue a palabrota, o sea, dicho
ofensivo, indecente o grosero),
solía afirmar, en plan irónico lógicamente, que era
superior a la media de los empleados de banca,
por la simple y sencilla razón de que el
nivel intelectual
de muchos compañeros de profesión no alcanzaba lamentablemente una
cota muy
elevada.
Pues bien, resulta que hoy día, y aun a riesgo de caer en la
pedantería, no ha tenido uno más remedio que ampliar aquel círculo
(a pesar de que a sus ochenta años cumplidos ya está poco
activo
bajo
casi
ningún punto de vista que se mire),
mucho más si se pone en parangón con buena
parte de la
clase política actual, Vicepresidenta del Gobierno en funciones
incluida y muchos
de aquellos
que defienden a
ultranza la
independencia de Cataluña, Porque resulta que el comentarista oyó
decir el otro día a doña Carmen Calvo que la
respuesta a la sentencia (la
del
Procces,
claro) ha
sido razonable;
o que
la
mayoría de los catalanes tuvo ayer un día normal,
desmintiendo clara y rotundamente
las imágenes que se llevan viendo hace siete días sobre todo en
Barcelona a consecuencia de los graves altercados provocados por los
independentistas, como barricadas, quema de mobiliario urbano,
ataques a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cortes de
carreteras y céntricas vías urbanas, etc. Pues mire, Sra.
Vicepresidenta, de entrada sepa usted, puesto que aquellas
declaraciones las ha hecho a propósito de un mitin dentro de la mal
llamada precampaña
electoral, que esta es algo que va praeter
legem,
por cuanto la citada palabreja en ningún momento se recoge en la
Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Desde
luego el comentarista confía en
que usted no
le
imparta nunca clases a su nieto (cosa que desea fervientemente), por
muy profesora universitaria y doctora en Derecho constitucional que
sea (dando por sentado que su título académico lo haya obtenido en
buena lid, pues ya se sabe cómo han sacado
adelante
sus tesis doctorales algunos conocidos políticos tanto de su partido
como de la oposición); pero no ya solo
de
Derecho, sino ni siquiera de Lengua Española, porque algunas de
sus frases, recogidas cómo
no por
los medios de comunicación, jamás podrán ser consideradas como
paradigmas del
bien decir
o del bien pensar,
ni dignas de figurar en
los anales de la Lingüística, casos de el
dinero público no es de nadie,
he
sido cocinera antes que
fraila
(1),
o
las señoras tienen que ser caballeras, quijotas y manchegas, con
lo que de ese modo ha conseguido superar
en el
ranking
de
los disparates
gramaticales
a
su colega de partido, a doña Bibiana Aido, de la que por fortuna ya
casi nadie se acuerda ni sabe por dónde anda. Claro que igualmente
no
está nada mal, ni
tiene
desperdicio, aquella otra frase que también
se
le atribuye a usted de que me
gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño: allí leo el
periódico, oigo la radio, escucho música
y hablo por teléfono
con alcaldes, en bragas
(2),
en
la que por cierto incurre en un doble y flagrante error de
anfibología porque no se sabe muy bien si la que está en bragas
es
usted o son los alcaldes con los que habla. Por supuesto, que tampoco
los galardones con los que cuenta usted
(fiambrera
de plata
del Ateneo de Córdoba, hija
predilecta
de su pueblo natal Cabra, premio
Mujeres Progresistas 2017
o el de Ramón
Rubial
a la
defensa de los valores socialistas)
son
como
para
tirar cohetes; eso
sí, en
su debe está el de haber sido
considerada por algunos como una de las ministras peor valoradas en
el Gobierno de Rodríguez Zapatero.
Pero
a lo que iba uno con este comentario es al tema del diálogo para la
autodeterminación y el referéndum para conseguirla por el que
tanto propugnan los políticos independentistas. Porque, vamos a
ver, se supone que un diálogo, salvo que se trate de un diálogo
para besugos (es decir, una conversación sin ninguna
coherencia lógica), o un diálogo para sordos (en los que
ninguna de las partes ni atiende a razones ni los interlocutores
se prestan ninguna atención),
es una
especie de foro adecuado
para concertar o negociar, como suele
ser el diálogo social entre
empresarios y sindicatos de
trabajadores, en el que cada
una de las partes trata de conseguir algún
logro a
cambio o
en detrimento de
ceder algo en
sus pretensiones iniciales.
Pero
en este caso la pregunta es
obvia: ¿Qué es lo que se trata de negociar en la
presente situación?
Porque no podemos
olvidar que nuestra Constitución en su art. 2 proclama sin ambages
que esta se fundamenta en la indisoluble (3)
unidad de la nación española, patria común e indivisible (4)
de todos los españoles.
Es decir, que
en el mismo precepto se
viene a
recalcar e insistir por dos veces en una
misma y
única idea,
aun con
palabras distintas:
la INDISOLUBILIDAD
E
INDIVISIBILIDAD
DE ESPAÑA,
con
lo
cual de momento y
hasta tanto aquella
no
se modifique, cosa
harto complicada
y
rayana en la utopía
al afectar al Título Preliminar de
la Constitución (5),
no hay
nada que
arrascar
(6)
para
los catalanes, mal
que le pese a
nuestros
todavía
conciudadanos.
Cuestión
distinta sería el tema del referéndum
que
estos
pretenden, porque
en dicha
materia, que en efecto es competencia exclusiva del Estado y no de la
Comunidades autónomas según el art. 149.1.32 de la Constitución
(no lo olvidemos), sí cabria algún tipo de negociación, siempre y
cuando no quieran
imponer su
personal
criterio
de
tan singular
manera,
como
lo
están haciendo en
el caso presente, en que
muestran
su oposición
al
cumplimiento de una sentencia
del más alto Tribunal de la nación,
cual
es el
Tribunal Supremo, a
través de la
violencia elevada
a la enésima potencia,
ante la
pasividad
de
un
débil
Gobierno en funciones, cuya única preocupación parece
ser que
en
estos
momentos
no
es otra que
la de
exhumar
a
Franco del Valle de los Caídos.
En
todo caso, si aquellos no están de acuerdo con dicha
resolución
judicial,
que utilicen
los
medios
legales
a
su alcance establecidos
para ello,
léase
recursos
al Tribunal
Constitucional
o al
Tribunal
Europeo
de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Pero
la razón de la fuerza nunca
puede
ser la
fuerza
de la razón.
(1)
Se refería a que, antes de ser ministra de Cultura, había sido
Consejera del ramo en la Junta de Andalucía.
(2)
Locución
adverbial que significa coloquialmente de
improviso, sin preparación o sin recursos.
(3)
Que
no se puede disolver,
o sea, deshacer
algo poniendo fin a la unión de sus componentes.
(4)
Que
no se puede dividir,
esto es, que
no se puede partir o separar algo en partes.
(5)
Se necesitaría la aprobación de los dos tercios de cada Cámara, la
disolución inmediata de las Cortes, una nueva aprobación por
idéntica mayoría de las nuevas Cámaras elegidas y sometimiento a
referéndum para su ratificación (art. 168 C.E).
(6)
Término no admitido hasta la 22ª edición del diccionario de la
RAE, en la actualidad figura como verbo con el significado de rascar.
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