No sé porqué cada vez
se extiende más el afán o empeño —que
no prurito,
porque por tal hemos de entender como el
deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor
manera posible, cosa que en mi opinión eso no lo es—
por emplear vocablos que no figuran en el Diccionario de la
RAE. Quizás sea una monomanía de un servidor, pero uno defiende a
ultranza —lo siento—
la pureza del lenguaje y, por ello, sostiene que en el lenguaje
culto se debe evitar el uso de palabros.
En esta ocasión me
refiero a eso que se ha dado en llamar ahora de forma repentina por
políticos y medios de comunicación —que
lo utilicen aquéllos tiene un pase, aunque tampoco, pero que lo
hagan éstos ya lo es menos, por cuanto se supone deben tener una
formación académica que los primeros no todos lamentablemente
poseen— como
escrache para definir
las protestas de acción directa de la Plataforma de Afectados por la
Hipoteca, pero que podría
generalizarse para referirse a toda forma de apremiar o acosar
a dirigentes políticos por cualquier otro motivo determinado.
Es de suponer que la
dichosa palabreja escrache, —que
no se recoge en los diccionarios de español al uso—,
proviene del verbo escrachar, que, si bien no aparece en otros
diccionarios enciclopédicos, sí figura en el de la Real Academia
Española de la Lengua, con la definición de romper, destruir,
aplastar o fotografiar a una persona, empleados de forma
coloquial en Argentina y Uruguay respectivamente, según el propio
léxico de la RAE. Por lo tanto, admitiendo que el significado del
verbo en cuestión sea el más apropiado para designar la acción que
se está realizando —que es
muy discutible pueda ser considerado así—,
¿eso significa que de un determinado verbo, el que sea, podemos
acuñar cualquier sustantivo que nos venga en gana, como a la inversa
de un sustantivo se pueda inventar un verbo, caso de procesionar
respecto a procesión, que es incorrecto por mucho que se utilice por
los medios de comunicación y hasta por comentaristas de mucho nivel
teórico? Es decir, por usar el mismo tiempo verbal que supone se
corresponde con el presente de subjuntivo del verbo en cuestión
—escrache de
escrachar—, ¿sería
correcto el uso de estudie, trabaje, coma o beba para
designar el correspondiente sustantivo que describa la acción de los
verbos respectivos, o sea, estudiar, trabajar,
comer o beber, por ejemplo?
Ignoro, esta es la verdad, si el término escrache
se recoge en el Diccionario
de Americanismos, elaborado hace muy
poco por la Asociación de Academias de la Lengua Española,
incluida la de nuestro País. Sí es cierto que el excelente
lexicólogo leridano Jaime Suances Torres, —para
algunos a la altura de Sebastián
de Covarrubias, María Moliner o del colombiano Rufino José
Cuervo—,
dice en su Diccionario
del Verbo Español, Hispanoamericano y Dialectal que
escrachar
se usa en
Colombia, Cuba, México, Puerto Rico y Venezuela como tachar
de una lista y en Argentina como
ensuciar o manchar.
Y parece ser que la Academia Argentina de Letras, en su Diccionario
del habla de los argentinos, define
escrache
como una denuncia popular en contra de
personas acusadas de violar los derechos humanos o de corrupción,
que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o
pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos,
añadiendo
que podría
ser el resultado del cruce de las voces
escracho, en su acepción de
fotografía de una persona, y
de escrachar, en
su acepción de romper, destruir o
aplastar. Ya se ha dicho que la RAE,
que no recoge la palabra escrache
en sus entradas, sí
lo hace con escrachar
como un coloquialismo propio de Argentina y Uruguay, pero con
acepciones del todo diferentes. Y, si a lo anterior añadimos que
desde el punto de vista etimológico los estudiosos tampoco se ponen
de acuerdo, —la
del verbo inglés to
scratch, que significa arañar
y tachar o reunir
y juntar, o la del francés cracher,
en su antigua acepción de reprochar
con malos modos, parecen las más
fiables—,
es difícil poder llegar a ninguna conclusión unívoca. En todo
caso, tiene tres bemoles
haber acudido a un americanismo
para solventar
el problema, pues nuestro léxico es muy rico y variado per
se, hasta el punto que en él se
recogen infinidad de vocablos, giros,
rasgos fonéticos, gramaticales o semánticos peculiares o
procedentes del español hablado en países de América.
¡Ah!
El colmo es —sirva
esto de apostilla al margen—que no
haya recursos para tantas necesidades básicas del ciudadano, pero
sí para proteger a los políticos del escrache
o de lo que sea.