martes, 16 de abril de 2013

ALGO SOBRE EL ESCRACHE, O LO QUE SEA

No sé porqué cada vez se extiende más el afán o empeño —que no prurito, porque por tal hemos de entender como el deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible, cosa que en mi opinión eso no lo es por emplear vocablos que no figuran en el Diccionario de la RAE. Quizás sea una monomanía de un servidor, pero uno defiende a ultranza lo siento la pureza del lenguaje y, por ello, sostiene que en el lenguaje culto se debe evitar el uso de palabros.

En esta ocasión me refiero a eso que se ha dado en llamar ahora de forma repentina por políticos y medios de comunicación —que lo utilicen aquéllos tiene un pase, aunque tampoco, pero que lo hagan éstos ya lo es menos, por cuanto se supone deben tener una formación académica que los primeros no todos lamentablemente poseen— como escrache para definir las protestas de acción directa de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, pero que podría generalizarse para referirse a toda forma de apremiar o acosar a dirigentes políticos por cualquier otro motivo determinado.

Es de suponer que la dichosa palabreja escrache, que no se recoge en los diccionarios de español al uso, proviene del verbo escrachar, que, si bien no aparece en otros diccionarios enciclopédicos, sí figura en el de la Real Academia Española de la Lengua, con la definición de romper, destruir, aplastar o fotografiar a una persona, empleados de forma coloquial en Argentina y Uruguay respectivamente, según el propio léxico de la RAE. Por lo tanto, admitiendo que el significado del verbo en cuestión sea el más apropiado para designar la acción que se está realizando —que es muy discutible pueda ser considerado así, ¿eso significa que de un determinado verbo, el que sea, podemos acuñar cualquier sustantivo que nos venga en gana, como a la inversa de un sustantivo se pueda inventar un verbo, caso de procesionar respecto a procesión, que es incorrecto por mucho que se utilice por los medios de comunicación y hasta por comentaristas de mucho nivel teórico? Es decir, por usar el mismo tiempo verbal que supone se corresponde con el presente de subjuntivo del verbo en cuestión escrache de escrachar—, ¿sería correcto el uso de estudie, trabaje, coma o beba para designar el correspondiente sustantivo que describa la acción de los verbos respectivos, o sea, estudiar, trabajar, comer o beber, por ejemplo?

Ignoro, esta es la verdad, si el término escrache se recoge en el Diccionario de Americanismos, elaborado hace muy poco por la Asociación de Academias de la Lengua Española, incluida la de nuestro País. Sí es cierto que el excelente lexicólogo leridano Jaime Suances Torres, —para algunos a la altura de Sebastián de Covarrubias, María Moliner o del colombiano Rufino José Cuervo—, dice en su Diccionario del Verbo Español, Hispanoamericano y Dialectal que escrachar se usa en Colombia, Cuba, México, Puerto Rico y Venezuela como tachar de una lista y en Argentina como ensuciar o manchar. Y parece ser que la Academia Argentina de Letras, en su Diccionario del habla de los argentinos, define escrache como una denuncia popular en contra de personas acusadas de violar los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos, añadiendo que podría ser el resultado del cruce de las voces escracho, en su acepción de fotografía de una persona, y de escrachar, en su acepción de romper, destruir o aplastar. Ya se ha dicho que la RAE, que no recoge la palabra escrache en sus entradas, sí lo hace con escrachar como un coloquialismo propio de Argentina y Uruguay, pero con acepciones del todo diferentes. Y, si a lo anterior añadimos que desde el punto de vista etimológico los estudiosos tampoco se ponen de acuerdo, la del verbo inglés to scratch, que significa arañar y tachar o reunir y juntar, o la del francés cracher, en su antigua acepción de reprochar con malos modos, parecen las más fiables—, es difícil poder llegar a ninguna conclusión unívoca. En todo caso, tiene tres bemoles haber acudido a un americanismo para solventar el problema, pues nuestro léxico es muy rico y variado per se, hasta el punto que en él se recogen infinidad de vocablos, giros, rasgos fonéticos, gramaticales o semánticos peculiares o procedentes del español hablado en países de América.

¡Ah! El colmo es —sirva esto de apostilla al margen—que no haya recursos para tantas necesidades básicas del ciudadano, pero sí para proteger a los políticos del escrache o de lo que sea.