Sí, sí, cada vez
tiene uno más claro eso de que a la cama no te irás —o
no te acostarás, o nunca te acostarás, que son otras
variantes de la primera parte del refrán—
sin saber una cosa más; o más de una, como en el caso de un
servidor. Y es que no cabe duda de que los refranes son expresiones
del saber popular, lo cual no quiere decir obviamente que el
pópulo tenga siempre la razón, pues a veces parece como si se
dejara engañar por esos embaucadores de turno que son los
políticos. Y no hace falta señalar, por cuanto un claro ejemplo han
sido las últimas elecciones al Parlamento Europeo de 2014, en la que
algunos nuevos partidos han conseguido un acopio masivo de votos a
cambio de determinadas promesas ciertamente inalcanzables, a las que
es ocioso hacer referencia.
Viene a cuento lo
anterior a propósito del viaje que todos los años, al final de la
primavera o a principios del verano, realiza Sínesis para sus
asociados y amigos, de entre una semana y diez días de duración.
Este año se llevó a cabo de nuevo una especie de Camino de
Santiago, el quinto que en realidad se ha realizado ya, partiendo
de Portugal por la Ruta de la Plata, siendo precisamente en
tierras lusitanas donde uno se enteró de dos cosas, —en
verdad fueron tres, pero una de ellas puede decirse que entra más
bien en el terreno de lo utópico o de la leyenda—, que un servidor
francamente desconocía.
La
primera cuestión que uno aprendió en el viaje es que san Antonio,
el conocido Santo de Padua, no nació en esa ciudad italiana sino
en Lisboa, —de hecho en el martirologio romano se le conoce como
lusitanus—,
donde se le venera casi como un ídolo nacional, aparte de aliado de
los enamorados como en España. Por cierto, su nombre originario
tampoco fue Antonio, —fue
el de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo—, como también
su profesión religiosa primigenia fue la de agustino y no la de
franciscano, siendo el santo que subió a los altares antes de
cumplirse el año de su muerte, al igual que san Pedro de Verona. Uno
desde luego, si fuera portugués, reivindicaría que se llamara san
Antonio de Lisboa. Claro, que a lo mejor le pasaba como ocurre en
Málaga con aquellos que inútilmente reivindicamos como festivo el
día de los santos Ciriaco y Paula en su condición de patronos de la
ciudad porque, aunque nominalmente dichos mártires lo sean, parece
que no lo son, pues su festividad del 18 de junio, —en verdad no
sabe uno qué pinta el 19 de agosto como fiesta local en la Capital
de la Costa del Sol—, realmente pasa desapercibida. Por cierto, a
título de ejemplo, san Vicente Ferrer —que nació en el Reino de
Valencia, aunque murió en Vannes de Bretaña—, es el patrón de
la Comunidad Valenciana; y san Vicente Mártir, —que
nació en Huesca pero murió en Valencia—,
es el patrón de la capital valenciana, siendo inhábiles los dos
días citados en Valencia, uno como fiesta autonómica y otro como
fiesta local. A ver, si la Corporación malagueña toma buena nota y
coloca a los santos Ciriaco y Paula en el lugar que les corresponde
como patronos de la ciudad, retornando al año 2013, que de forma
excepcional volvió a ser festivo en detrimento del 19 de agosto,
—este año hemos
vuelto a las andadas—,
desde que aquel alcalde socialista eliminó de un plumazo la fiesta
local del 18 de junio en el año 1987.
Otra
cosa que uno aprendió en el viaje fue la existencia de esas obras de
ingeniería hidráulica que son las esclusas, de las que un servidor
no había oído hablar, —ha de reconocer su ignorancia y su error,
que lamenta—, pues tuvo la ocasión de pasar por ellas durante la
travesía llevada a cabo contracorriente desde Porto hasta Peso da
Regua por el río Duero, que fueron dos, aun cuando sean cinco las
que cuenta el río a lo largo de sus 213 kilómetro de recorrido por
tierras lusas; y eso que existen algunas de mucho renombre, como las
del Canal de Panamá o las del Mar del Norte.
Y
el tercer asunto que uno quería apuntar en este comentario es la
historieta,
—obviamente mitad mito, mitad leyenda—, que nos contó la guía
que tuvimos en Lisboa, de cuya boca también conoció uno la
realidad ya comentada de san Antonio de Lisboa. Dicha guía, quien
dominaba bastante bien el español, —que no castellano—, salvo el
uso del pretérito perfecto en lugar del indefinido para referirse a
tiempos pasados, aseguró que cada diez mil años una mujer se queda
embarazada por arte de birlibirloque, no ya a través de la
inseminación artificial o de la inseminación in vitro conocidas
hasta hace bien poco, sino ni siquiera por obra del Espíritu Santo,
como la Virgen María. Porque la pegunta es obvia y cae de su propio
peso. Si de datos escritos tan solo se tienen noticias, como pronto,
desde el cuarto milenio antes de Cristo, ¿cómo se conoce esa
estadística?