Que en la vida no existe
nadie imprescindible —aunque
algunos puedan ser más necesarios que otros—,
es un axioma que no necesita demostración alguna, expresado de esa
guisa adrede a pesar de ser una redundancia o un pleonasmo, ya que
el propio concepto del término implica per se que
no necesita ser demostrado. Tampoco uno va a discutir la realidad
que esconde el dicho popular de que a rey puesto otro en su
puesto, porque es algo consustancial para que la continuidad
de un sistema, el que sea, siga estando bien asentada; o dicho de
otro modo, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, —o
angelitos al cielo y a la panza los buñuelos—,
es decir, que por muy honda que sea la pena causada por la
muerte de un ser querido, los deudos del finado deben reanudar las
exigencias ordinarias de sus quehaceres diarios, habida cuenta de que
la vida obviamente ha de seguir de forma inevitable. Pero, ¡hombre!,
todo en este mundo parece que debe tener un límite siempre.
Viene lo anterior a
cuento, porque esta misma semana todos nos hemos desayunado con la
luctuosa noticia del inesperado fallecimiento repentino de D. Emlio
Botín, —el tío
Emilio, como en tono hilarante, por aquello del apellido, lo
llamábamos en el entorno familiar de un servidor—,
a la sazón presidente de SANTANDER. Y es que no pocos seguidores del
blog seguramente habrán reparado
que en los rótulos de la entidad financiera tiempo ha que no figura
antepuesta la palabra Banco, como ocurre con el resto de las
entidades bancarias; que incluso aparecía, contra lo que pudiera
parecer, en el ya desaparecido Ban(co)
es(pañol)
(de)
(crédi)to,
—controlado
casi en un noventa por ciento por aquél hasta su relativamente
reciente integración tras la fusión por absorción—, cual se
puede fácilmente comprobar por el acrónimo destacado en negrita.
Por cierto, de los bancos conocidos, allá por la década de los
sesenta del extinto siglo XX como los siete grandes de la banca
—Banesto, Hispamer, Centrobán, Bancobao, Bancaya, Bansander y
Popularbán—, tan sólo subsisten con sus marcas primigenias los
dos últimos, siendo de destacar que de los mencionados por sus
nombres abreviados, citados por importancia en recursos ajenos con
datos referidos al año 1968, los tres primeros fueron engullidos
por la mercantil cántabra.
El dato que a uno le
interesa destacar de la noticia, como suele ser su norma habitual, es
el hecho anecdótico o el lado más humano, —en
este caso menos humano—,
de la misma. Y es que en la referencia periodística, tomada de
forma literal de un medio de comunicación de tirada nacional, se
decía textualmente que Ana Patricia Botín, —la
hija primogénita del banquero fallecido—,
emocionada,
sin haber dormido apenas tras aterrizar de madrugada en Madrid, salió
en la tarde de ayer del consejo de administración de Banco
Santander en la sede de Boadilla del Monte
como presidenta
ejecutiva tras una operación relámpago
diseñada por su padre. Porque la cuestión a destacar no es el
nombramiento en sí mismo considerado, sino que éste se produjera
cuando el cadáver de su padre aún estaba de cuerpo presente,
puesto que aún no había sido inhumado.
El comentarista recuerda
que, cuando en el año 1986 falleció su esposa, de forma igualmente
inesperada, un servidor no tenía gusto pa na. Sin embargo,
la hija de don Emilio, —la
ya poderosa Dª Ana Patricia, que desde ahora va a ser Dª Ana a
secas, pues parece que así quiere que se la llame, y por supuesto
ex-prima ya también, pues uno tiene que renegar de
familiares de tan escasos sentimientos—,
sí lo ha tenido para
asistir con entereza al Consejo de Administración del Banco.
Vale que el Santander
activara de inmediato la sucesión para evitar la inestabilidad del
Banco, cosa que un
servidor tampoco entiende muy bien, —que
se sepa, ese día funcionó con total normalidad—,
porque es de suponer que en la organización de la Entidad existen
los mecanismos adecuados para caso de enfermedad o ausencia del
Presidente. ¿No se podría haber puesto en marcha el protocolo
correspondiente, ahora que está de moda la dichosa palabreja?
¿Jamás el Presidente se ausentó de España, aunque fuera por unos
días,? ¿No estaban disponibles
sus leales
vicepresidentes D. Fernando de Asúa, D. Matías Rodríguez Inciarte
o D. Guillermo de la Dehesa?
En
fin, un servidor no puede por menos de rememorar aquello que
aprendió también en sus años del Seminario de que una de las
tres causas de los
pecados del ser humano
—no
de la persona humana,
como en bastantes ocasiones suele decirse, de forma poco ortodoxa,
porque por su propia definición persona
es el individuo de la especie humana—,
era la
soberbia de la vida o
el afán por el poder, —los
otros dos eran la
concupiscencia de la carne
y la concupiscencia de
los ojos, o sea, la
obsesión desmedida por el sexo y por el dinero respectivamente—,
y se reafirma en su tesis de que cada
vez está mas desencantado con la actitud del ser humano.
Sic
transit gloria mundi