Un servidor ha sostenido
siempre la teoría puede que
rara y extraña
de que en la vida hay que ser honesto con uno mismo y con los
demás, lo que traducido al terreno práctico significa que no solo
hay que mostrar total honradez en lo que se hace, sino también en lo
que se dice. No se puede o
no se debe para ser más exactos
decir cosas que no son enteramente ciertas o atribuir a otros algo
que no han dicho sacando sus palabras fuera de contexto, porque se
corre el riesgo de incurrir en falsedad. Y este es un vicio del que
adolecen con frecuencia ciertos medios de comunicación, algunos de
cuyos profesionales lo
del nomen obviamente es porque se supone cobran por ello, aun
cuando en verdad sean pseudoperiodistas
parece que obtuvieron el título en la miga de Juana
Campos, como ya he dicho en
más de una ocasión, frase que no es mía, sino de un amigo mío.
En este caso me refiero
a lo que han publicado algunos periódicos sobre lo que dicen que
ha dicho el papa Benedicto XVI en el libro, que recientemente ha
salido a luz bajo el título La infancia de Jesús, en cuanto
a que haya eliminado de un plumazo el buey y la mula del
belén o nacimiento, porque no es en modo alguno exacto.
Textualmente el Romano Pontífice se limita a decir en su
libro (vide pag. 76) que el pesebre hace pensar en los
animales, pues es allí donde comen, añadiendo a continuación
que en el Evangelio no se habla de animales. Luego continúa
diciendo que la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y
el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto
esta laguna, refiriéndose a Isaías 1.3: “El buey conoce a su
amo, y el asno el pesebre de su dueño”. Es
más, termina la exposición referida al tema diciendo que ninguna
representación del nacimiento renunciará al buey y al asno,
lo cual significa que uno debe ser tonto que
parece va a ser que sí, como
a veces más de un político te quiere hacer ver,
porque lo que dice el Papa es precisamente todo lo contrario. Por
cierto, el portal de belén de la Basílica de san Pedro en Ciudad
del Vaticano, ha seguido contando un año más, como siempre, con la
mula y el buey, algo que echa por tierra la tesis absurda sería
una pura contradicción negar una cosa y afirmar al mismo tiempo la
contraria de que el
Papa ha querido echar a esos simpáticos y casi creyentes
animales del nacimiento tradicional. ¡Ah!, uno también los ha
puesto en su belén.
Y no crea nadie que eso
de la creencia por parte de tales seres irracionales lo dice
uno por capricho; porque, con independencia de que se admita que el
origen del belén se remonta a ese excelso amante de los animales,
san Francisco de Asís, a raíz de una peregrinación que hizo a
Tierra Santa allá por el año 1223, la presencia del buey y la mula
se recoge en uno de los evangelios apócrifos, el
llamado Pseudo Mateo,
no reconocido como auténtico por las autoridades eclesiásticas,
pero del que probablemente se hiciera eco la tradición popular. Sea
como fuere, en el .epígrafe XIV del citado texto se recoge que al
tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la
gruta, entró en un establo y dejó al niño en el pesebre, y el buey
y la mula lo adoraban, añadiendo
luego, tras citar también al profeta Isaías, que el niño
estaba en medio de los dos animales y estos le adoraban
sin cesar, actitud que encajaría
más bien en una serie de dibujos animados de hoy.
Pero, yendo a lo que
iba, quisiera concluir mi comentario del mismo modo a como lo
empecé. Porque ello me recuerda un hecho ocurrido hace ya algunos
años a propósito de un Imán de Fuengirola que había publicado
un libro titulado La mujer en el Islam, en el que exponía,
al parecer, la forma en que había que pegar a las mujeres sin
dejar rastro. En principio, creo que el Imán fue hasta
procesado desconozco
cómo luego acabó la cosa,
aunque él mismo aseguró que se limitó a transcribir algún
párrafo del Corán un
servidor en verdad no ha leído ni uno ni otro, entre otras razones
porque ninguno de los dos me interesan en absoluto,
pero sí quisiera destacar que casualmente vi un programa de
televisión en el que se debatía el tema suscitado por aquel jefe
religioso; y resulta que de todos los que fueron a despotricar
contra él, a preguntas del único contertulio que lo defendía,
porque sí había leído el libro, ninguno lo había hecho. (Sic)
La pregunta es, pues,
obvia y cae por su propio peso. ¿Han leído el libro del Papa
aquellos quienes lo han censurado públicamente? Seamos serios y no
hablemos por hablar. Digamos las cosas con conocimiento de causa,
no vaya a ser que se nos vea el plumero.