viernes, 19 de abril de 2019

¿QUERER HACER O QUERER PODER?

  Que en política, y por supuesto en los políticos, vale todo no debe de extrañarnos nada a estas alturas de la película, lo cual es algo que huelga decir porque es de sobra conocido; y, por ende, se hace innecesario apostillar muy poco más al respecto. Ello no obstante, un servidor no puede por menos de hacerse eco con este comentario a una noticia que lo ha dejado nuevamente perplejo, si es que ya cabe quedarse así con estas cosas. Porque resulta que algún medio local de comunicación ha publicado el dato de que Dª María Victoria Romero Pérez (más conocida como Mariví Romero por su años de concejala en el Ayuntamiento de Málaga bajo los mandatos de doña Celia Villalobos y don Francisco de la Torre, donde ostentó responsabilidades en el Área de Bienestar Social, aparte de ser portavoz del grupo municipal al que representaba) aspira en las próximas elecciones del mes de mayo de 2019 a ser alcaldesa por las siglas del PP en Almogía, localidad con la que no tiene vinculación ninguna, según ha destacado el mismo periódico. Y ella ha afirmado que “afronta con ilusión este reto que le ha pedido su partido” (y se ha quedado, eso sí, tan pancha), añadiendo que “es una experiencia nueva y bonita”, así como que he estado en una gran ciudad y ahora voy a un pequeño municipio en el que espero aportar mi experiencia”. Uno desde luego lo que tiene bien claro es que, si fuera almogiense o almogiano, seguro que no la votaría, por muy mal que lo haya hecho D. Cristóbal Torreblanca, su rival por el PSOE y aspirante otra vez a revalidar la Alcaldía en la que lleva de manera ininterrumpida 36 años, lo que sitúa a este pueblo malagueño de algo más de tres mil habitantes como uno de los feudos socialistas en la provincia (ocho ediles frente a los tres del PP) y que revela de forma evidente, a juicio de sus propios paisanos, que no lo ha debido hacer tan mal del todo.

  Un servidor no ha entendido jamás que alguien que reside en Pontevedra, por ejemplo, pueda ser diputado o senador por Almería o por cualquiera otra ciudad distinta de aquella en la que vive; o a la inversa, por citar dos localidades asaz distantes entre sí, si no ha estado nunca en una de ellas ni de visita, por mucho que la Ley Electoral (1) no lo prohíba expresamente, que a lo mejor debiera hacerlo. Pero todavía lo entiende menos, por razones obvias que no hace falta ni siquiera reseñar, en el caso de una villa o un pueblo más bien pequeño. Porque el comentarista se pregunta de inmediato si no será más bien, aun admitiendo excelentes propósitos en quien aspira a regir los destinos de esa villa o ese pueblo (cosa que evidentemente está por ver), que no haya en el fondo de sus intenciones cierto afán de protagonismo, cuando no de seguir figurando en primera línea aunque sea en menor escala. Y es que a uno le ha venido a la memoria, como no podía ser de otro modo, algo que aprendió en sus tiempos de seminarista, refiriéndose en concreto a aquel texto, tomado literalmente de la primera epístola del apóstol san Juan, de que todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la vanagloria de la vida (concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum ac superbia vitae), no procede del Padre, sino del mundo (1 Jn 2.16). Porque, de acuerdo con la etimología del término, 'concupiscencia' (proveniente del verbo latino 'cupere' y reforzado con el prefijo 'con', que significa 'desear, anhelar, estar apasionado por') en la moral católica hace alusión a la propensión natural del ser humano (que no la persona humana (2), como suele decirse erróneamente con mucha frecuencia por tantos y tantos oradores y articulistas, por ser un auténtico pleonasmo), y sea este hombre o mujer (que en esto no hay diferencia que valga entre la igualmente mal llamada también diferencia de género, sobre la cual uno no quiere incidir) por mantener un afán desmedido y desenfrenado por el sexo, por el poder y/o por el dinero, pues todo en la vida parece que, en efecto, lo ciframos lamentablemente en tales necesidades o ambiciones, olvidando que existen otros valores superiores, al margen de que se sea creyente o no. Y, puesto que en Semana Santa estamos y acabamos de dejar atrás la Cuaresma, tampoco está mal hacer alusión a que la Iglesia católica nos recuerda a los cristianos en el Evangelio del primer domingo de dicho tiempo litúrgico que una de las tentaciones de que por parte del maligno fue objeto Jesucristo (ese Ser maravilloso y extraordinario, que por estas fechas recordamos todos los años en la mayoría de los pueblos y ciudades de España, cuya divinidad tristemente se pone hoy día en entredicho por bastantes laicistas y a veces se duda hasta de su existencia como personaje histórico, lo cual roza ya el colmo del dislate) hace referencia a una de ellas, la del afán de poder, cuando el diablo lo llevó a un monte muy alto y mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, le dijo: “Todo esto te daré si, postrándote, me adorares” (3). (Haec omnia tibi dabo, si cadens, adoraveris me).



(1) Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General
(2) Según el diccionario de la RAE en su primera acepción, es el individuo de la especie humana.
(3) Mt. 4. 8-9.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario