martes, 31 de octubre de 2017

TOC TOC

  Una amiga mía suele afearle a un servidor esa especie de manía obsesiva que tiene uno (y no ella, claro está) con el tema del lenguaje tanto hablado como escrito, en este último caso obviamente tildes incluidas, pues el comentarista entiende que, tanto cuando aquellas se ponen indebidamente, como cuando se omiten sin tener que hacerlo, es algo que debe considerarse una falta de ortografía, al igual que otra cualquiera. En todo caso, no cabe duda de que en el fondo mi amiga tiene razón; y, como uno lo reconoce así sin ambages, espero que sepa perdonarme y aquí paz y después gloria, como reza el conocido adagio.

 De hecho, hace unas fechas estuvimos los dos viendo la obra de teatro TOC TOC, del escritor francés Laurent Baffie; y al día siguiente fuimos a verla también al cine, (pues ambas coincidían en el cartel y en la cartelera), con objeto de captar mejor la trama y el significado de la pieza teatral, porque la acústica del recinto no era muy buena que digamos, al margen de que alguna que otra carcajada a destiempo del espectador de turno cercano dificultaba un poco más la audición (Por cierto, cuentan las estadísticas que la obra lleva representándose en Madrid durante ocho años consecutivos, así como que la han visto unos 800.000 espectadores a lo largo de más de 2.200 funciones).

  A título de curiosidad, obra de teatro y película abordan en clave de humor el tema de los TOC (Trastornos Obsesivos Compulsivos) de los que todos, o casi todos y todas, tenemos o hemos tenido algo alguna vez. Ambas cuentan la historia en definitiva (mejor la primera que la segunda) de seis personajes que acuden a la consulta de un eminente psiquiatra para tratarse de las fobias que los acosan. Uno de ellos, un hombre maduro y convencional, es incapaz de articular una palabra seguida sin decir algún insulto o barbaridad (con excesiva reiteración en referirse a los genitales, propios y extraños); otro tiene una exagerada obsesión por el cálculo matemático y un impulso irresistible por la verificación; y a un tercero le absorbe la manía de no pisar cualquier tipo de raya y de colocarlo todo de manera asimétrica; una mujer trata de evitar el contacto físico con el resto de las personas o cosas, lavándose las manos cada dos por tres ante el riesgo de ser contaminada por cualquier bacteria humana o ambiental; una segunda revisa su bolso una y otra vez para comprobar que todo está en su sitio, santiguándose con la misma frecuencia con la que pestañea, y una tercera es una chica que repite siempre dos veces cada una de las palabras o frases que pronuncia.

  Pero, yendo al tema que ha dado pie a un servidor a elaborar el presente comentario, la cuestión estriba en que en uno de los más prestigiosos diarios a nivel nacional, en su edición digital del día 30 de octubre de 2017, se podía leer (curiosamente, tras censurarlo el comentarista en las redes sociales, despareció como por arte de birlibirloque) que LA FISCALÍA SE QUERELLARÁ CONTRA EL GOVERN POR REBELIÓN EN LA AUDIENCIA. (En realidad no es la primera vez que uno se refiere al problema de los titulares de prensa, puesto que en ocasiones la capacidad de síntesis de los periodistas, o pseudoperiodistas vaya usted a saber, deja mucho que desear, confundiendo el culo con las témporas, la velocidad con el tocino o la gimnasia con la magnesia, expresiones todas que en el fondo vienen a incidir en lo mismo, esto es, que no se sabe lo que se quiere decir, desorientando con ello a la opinión pública). Y es que en la situación comentada la cosa no puede estar más clara, es decir, en este caso menos clara, porque es evidente que, interpretando literalmente  dicho titular, el lector no puede llegar a otra conclusión de que LA FISCALÍA SE QUERELLARÁ CONTRA EL GOVERN, PORQUE ESTE HA LLEVADO A CABO UNA REBELIÓN EN LA AUDIENCIA. Si, porque en la presente hipótesis ni siquiera puede hablarse de que se produzca un error de anfibología (1), como en la frase que uno aprendió de pequeño cuando estudiaba la figura, a saber: 'la niña dio a Pedro su reloj' o aquella otra de 'el niño vio al profesor cuando bajaba la escalera'. En efecto, en ellas sí cabe una doble interpretación, pues no se sabe a ciencia cierta qué reloj dio la niña a Pedro, si el suyo propio o el de él; o quién bajaba la escalera, si la niña o el profesor. Después, sí, cuando leías la noticia de marras, resulta que en la Audiencia, al menos de momento, no se había producido rebelión ni nada que se se le parezca, aunque conociendo al individuo en cuestión nada tendría de particular que, llegado el caso, se produjera.

  Es de esperar por el bien de todos que, a la hora de interponer la querella contra Puigdemont, la Fiscalía solicite las medidas cautelares que sean oportunas (y que el juez las adopte, sin cambiar después rápidamente de opinión), porque a la vista está que a aquel le ha faltado tiempo 'para tomar las de Villadiego' o 'para poner pies en polvorosa'. Como le han espetado abiertamente en Bruselas, cuando se ha sabido que ha escapado de su tierra con la idea de pedir asilo político, si declaras la independencia, es mejor quedarte cerca de tu pueblo. ¡Bravo!, pues, por el Sr. Puigdemont, porque lo tiene bastante crudo.

(1) Según la RAE, el término tiene dos acepciones: 1.- Doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que puede darse más de una interpretación. 2. Ret. Empleo voluntario de voces o cláusulas con doble sentido. También se la llama disemia (dos significados) o polisemia (varios significados), aunque en sentido estricto una polisemia no es siempre una anfibología, como por ejemplo la palabra cabo, que puede significar la punta de tierra que penetra en el mar o un escalafón de la carrera militar.


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