En el debate televisivo,
previo a las elecciones al Parlamento Europeo, —que
un servidor se tragó por completo y que personalmente
considera que Dª Elena Valenciano ganó por goleada a D.
Miguel Arias Cañete—,
la representante del PSOE le recriminó a su oponente, cuando éste
en un momento de su discurso hizo alusión a los discapacitados,
que no era correcto decir discapacitados, sino personas que tienen
discapacidad.
Hasta ahora uno tenía
entendido que alguien que está discapacitado —o
discapacitada, claro está, sin que ello signifique ir contra
su propia opinión respecto a lo del sexo y el género, o el género
y el sexo, porque el pronombre alguien, aparte de indefinido y
de que gramaticalmente tan sólo admite la forma masculina
singular, puede aludir también a elementos femeninos—
es aquella persona —no
persona humana, que es una redundancia viciosa del lenguaje, por
mucho que así lo digan en sus escritos y alocuciones articulistas y
conferenciantes de mucho fuste, pues persona ya per se es el
individuo de la especie humana—
que tiene algún tipo de discapacidad. Al menos eso es lo que
se colige de lo que dice el Diccionario de la RAE. En efecto, en él
se indica que discapacidad es la cualidad de discapacitado,
en tanto que la acepción de este último vocablo en su cualidad de
palabra autónoma, —dejando al
margen su aplicación como participio pasivo para la formación
de los tiempos compuestos, de la voz pasiva y de otras perífrasis
verbales del verbo discapacitar, que lo define como, dicho
de una enfermedad o accidente, causar a una persona deficiencias
físicas o psíquicas que impiden o limitan la realización de
actividades consideradas normales—,
es la de persona que
tiene impedida o entorpecida alguna de las actividades cotidianas
consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales
o físicas.
Un servidor quiere
precisar que ha obviado adrede mencionar la palabra subnormal,
por cuanto ahora parece que está mal visto hacer referencia ni de
pasada siquiera a quienes sufren algún tipo de minusvalía o
deficiencia psíquica, no obstante el propio Diccionario defina
aquella situación o estado, siempre en alusión a la
persona, como
aquella que tiene una capacidad intelectual notablemente
inferior a lo normal. Sin embargo, al referirse al término
anormal, habla de persona cuyo desarrollo físico o
intelectual es inferior al que corresponde a su edad, de forma un
tanto contradictoria porque el prefijo
privativo griego a
denota privación o negación, mientras que el latino sub
lleva implícita la idea de bajo o debajo de y en
acepciones traslaticias, —o
del sentido en que se usa un
vocablo para que signifique o denote algo distinto de lo que con él
se expresa cuando se emplea en su acepción primitiva o más propia y
corriente—, puede indicar inferioridad, acción
secundaria, atenuación, disminución. Es decir, que en síntesis
no existe ninguna diferencia conceptual entre los vocablos
discapacitado y anormal; incluso, si se apura al
comentarista, sí hay alguna entre discapacitado y
subnormal, puesto aquél alude al desarrollo físico e
intelectual y éste lo hace a la capacidad intelectual tan
solo. Y en último extremo a uno le llama también poderosamente la
atención que en la actualidad se acuda con frecuencia al término
minusválido para referirse a las personas discapacitadas
como aquellas que están incapacitadas por lesión congénita o
adquirida, para ciertos trabajos, movimientos, deportes, etc.
En definitiva,
puesto que la Sra. Valenciano no quiere proseguir su estudios
universitarios, que abandonó porque se aburría
y no quiere retomarlos porque le da pereza,
un servidor se permite recomendarle que, al menos, se lleve a
cuestas un diccionario a
Bruselas, —porque
seguro que, como eurodiputada, recalará pronto allí—,
a fin de evitar que algún colega parlamentario, sea hombre o mujer,
le pueda dar un baño
si se le escapa alguna chorrada
cual la que ha dado pábulo al presente comentario. No le vendría
mal. La retórica en la oratoria, Sra. Valenciano, queda fenomenal
de cara a la galería; pero la gramática y la sintaxis tienen su importancia también.
Por cierto, al
comentarista, que sí utiliza el diccionario con muchísima
frecuencia todos los días, hasta el punto de que lo tiene
continuamente abierto en su ordenador porque le sirve para aclarar
sus dudas, que también las tiene y muchas, y estar completamente al
día, —como
diría un buen amigo, parece que lo llevo en lo alto—,
le va bastante bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario