domingo, 18 de mayo de 2014

CON EL DICCIONARIO A CUESTAS

En el debate televisivo, previo a las elecciones al Parlamento Europeo, que un servidor se tragó por completo y que personalmente considera que Dª Elena Valenciano ganó por goleada a D. Miguel Arias Cañete, la representante del PSOE le recriminó a su oponente, cuando éste en un momento de su discurso hizo alusión a los discapacitados, que no era correcto decir discapacitados, sino personas que tienen discapacidad.

Hasta ahora uno tenía entendido que alguien que está discapacitado o discapacitada, claro está, sin que ello signifique ir contra su propia opinión respecto a lo del sexo y el género, o el género y el sexo, porque el pronombre alguien, aparte de indefinido y de que gramaticalmente tan sólo admite la forma masculina singular, puede aludir también a elementos femeninos es aquella persona no persona humana, que es una redundancia viciosa del lenguaje, por mucho que así lo digan en sus escritos y alocuciones articulistas y conferenciantes de mucho fuste, pues persona ya per se es el individuo de la especie humana que tiene algún tipo de discapacidad. Al menos eso es lo que se colige de lo que dice el Diccionario de la RAE. En efecto, en él se indica que discapacidad es la cualidad de discapacitado, en tanto que la acepción de este último vocablo en su cualidad de palabra autónoma, —dejando al margen su aplicación como participio pasivo para la formación de los tiempos compuestos, de la voz pasiva y de otras perífrasis verbales del verbo discapacitar, que lo define como, dicho de una enfermedad o accidente, causar a una persona deficiencias físicas o psíquicas que impiden o limitan la realización de actividades consideradas normales—, es la de persona que tiene impedida o entorpecida alguna de las actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas.

Un servidor quiere precisar que ha obviado adrede mencionar la palabra subnormal, por cuanto ahora parece que está mal visto hacer referencia ni de pasada siquiera a quienes sufren algún tipo de minusvalía o deficiencia psíquica, no obstante el propio Diccionario defina aquella situación o estado, siempre en alusión a la persona, como aquella que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal. Sin embargo, al referirse al término anormal, habla de persona cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad, de forma un tanto contradictoria porque el prefijo privativo griego a denota privación o negación, mientras que el latino sub lleva implícita la idea de bajo o debajo de y en acepciones traslaticias, o del sentido en que se usa un vocablo para que signifique o denote algo distinto de lo que con él se expresa cuando se emplea en su acepción primitiva o más propia y corriente—, puede indicar inferioridad, acción secundaria, atenuación, disminución. Es decir, que en síntesis no existe ninguna diferencia conceptual entre los vocablos discapacitado y anormal; incluso, si se apura al comentarista, sí hay alguna entre discapacitado y subnormal, puesto aquél alude al desarrollo físico e intelectual y éste lo hace a la capacidad intelectual tan solo. Y en último extremo a uno le llama también poderosamente la atención que en la actualidad se acuda con frecuencia al término minusválido para referirse a las personas discapacitadas como aquellas que están incapacitadas por lesión congénita o adquirida, para ciertos trabajos, movimientos, deportes, etc

En definitiva, puesto que la Sra. Valenciano no quiere proseguir su estudios universitarios, que abandonó porque se aburría y no quiere retomarlos porque le da pereza, un servidor se permite recomendarle que, al menos, se lleve a cuestas un diccionario a Bruselas, porque seguro que, como eurodiputada, recalará pronto allí, a fin de evitar que algún colega parlamentario, sea hombre o mujer, le pueda dar un baño si se le escapa alguna chorrada cual la que ha dado pábulo al presente comentario. No le vendría mal. La retórica en la oratoria, Sra. Valenciano, queda fenomenal de cara a la galería; pero la gramática y la sintaxis tienen su importancia también. 
 
Por cierto, al comentarista, que sí utiliza el diccionario con muchísima frecuencia todos los días, hasta el punto de que lo tiene continuamente abierto en su ordenador porque le sirve para aclarar sus dudas, que también las tiene y muchas, y estar completamente al día, —como diría un buen amigo, parece que lo llevo en lo alto—, le va bastante bien.

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