domingo, 3 de noviembre de 2019

LA RAZÓN DE LA FUERZA NO ES LA FUERZA DE LA RAZÓN


 Hace ya más de veinte años, cuando un servidor estaba en activo desde el punto de vista laboral (iba a decir laboralmente hablando, pero ha comprobado que el adverbio citado no está recogido en el diccionario de la RAE y, por tanto, el empleo de tal locución obviamente iría en contra de sus principios de no usar palabros en el sentido literal del término, es decir, palabra rara o mal dicha, aunque no llegue a palabrota, o sea, dicho ofensivo, indecente o grosero), solía afirmar, en plan irónico lógicamente, que era superior a la media de los empleados de banca, por la simple y sencilla razón de que el nivel intelectual de muchos compañeros de profesión no alcanzaba lamentablemente una cota muy elevada. Pues bien, resulta que hoy día, y aun a riesgo de caer en la pedantería, no ha tenido uno más remedio que ampliar aquel círculo (a pesar de que a sus ochenta años cumplidos ya está poco activo bajo casi ningún punto de vista que se mire), mucho más si se pone en parangón con buena parte de la clase política actual, Vicepresidenta del Gobierno en funciones incluida y muchos de aquellos que defienden a ultranza la independencia de Cataluña, Porque resulta que el comentarista oyó decir el otro día a doña Carmen Calvo que la respuesta a la sentencia (la del Procces, claro) ha sido razonable; o que la mayoría de los catalanes tuvo ayer un día normal, desmintiendo clara y rotundamente las imágenes que se llevan viendo hace siete días sobre todo en Barcelona a consecuencia de los graves altercados provocados por los independentistas, como barricadas, quema de mobiliario urbano, ataques a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cortes de carreteras y céntricas vías urbanas, etc. Pues mire, Sra. Vicepresidenta, de entrada sepa usted, puesto que aquellas declaraciones las ha hecho a propósito de un mitin dentro de la mal llamada precampaña electoral, que esta es algo que va praeter legem, por cuanto la citada palabreja en ningún momento se recoge en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Desde luego el comentarista confía en que usted no le imparta nunca clases a su nieto (cosa que desea fervientemente), por muy profesora universitaria y doctora en Derecho constitucional que sea (dando por sentado que su título académico lo haya obtenido en buena lid, pues ya se sabe cómo han sacado adelante sus tesis doctorales algunos conocidos políticos tanto de su partido como de la oposición); pero no ya solo de Derecho, sino ni siquiera de Lengua Española, porque algunas de sus frases, recogidas cómo no por los medios de comunicación, jamás podrán ser consideradas como paradigmas del bien decir o del bien pensar, ni dignas de figurar en los anales de la Lingüística, casos de el dinero público no es de nadie, he sido cocinera antes que fraila (1), o las señoras tienen que ser caballeras, quijotas y manchegas, con lo que de ese modo ha conseguido superar en el ranking de los disparates gramaticales a su colega de partido, a doña Bibiana Aido, de la que por fortuna ya casi nadie se acuerda ni sabe por dónde anda. Claro que igualmente no está nada mal, ni tiene desperdicio, aquella otra frase que también se le atribuye a usted de que me gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño: allí leo el periódico, oigo la radio, escucho música y hablo por teléfono con alcaldes, en bragas (2), en la que por cierto incurre en un doble y flagrante error de anfibología porque no se sabe muy bien si la que está en bragas es usted o son los alcaldes con los que habla. Por supuesto, que tampoco los galardones con los que cuenta usted (fiambrera de plata del Ateneo de Córdoba, hija predilecta de su pueblo natal Cabra, premio Mujeres Progresistas 2017 o el de Ramón Rubial a la defensa de los valores socialistas) son como para tirar cohetes; eso sí, en su debe está el de haber sido considerada por algunos como una de las ministras peor valoradas en el Gobierno de Rodríguez Zapatero.

 Pero a lo que iba uno con este comentario es al tema del diálogo para la autodeterminación y el referéndum para conseguirla por el que tanto propugnan los políticos independentistas. Porque, vamos a ver, se supone que un diálogo, salvo que se trate de un diálogo para besugos (es decir, una conversación sin ninguna coherencia lógica), o un diálogo para sordos (en los que ninguna de las partes ni atiende a razones ni los interlocutores se prestan ninguna atención), es una especie de foro adecuado para concertar o negociar, como suele ser el diálogo social entre empresarios y sindicatos de trabajadores, en el que cada una de las partes trata de conseguir algún logro a cambio o en detrimento de ceder algo en sus pretensiones iniciales. Pero en este caso la pregunta es obvia: ¿Qué es lo que se trata de negociar en la presente situación? Porque no podemos olvidar que nuestra Constitución en su art. 2 proclama sin ambages que esta se fundamenta en la indisoluble (3) unidad de la nación española, patria común e indivisible (4) de todos los españoles. Es decir, que en el mismo precepto se viene a recalcar e insistir por dos veces en una misma y única idea, aun con palabras distintas: la INDISOLUBILIDAD E INDIVISIBILIDAD DE ESPAÑA, con lo cual de momento y hasta tanto aquella no se modifique, cosa harto complicada y rayana en la utopía al afectar al Título Preliminar de la Constitución (5), no hay nada que arrascar (6) para los catalanes, mal que le pese a nuestros todavía conciudadanos. Cuestión distinta sería el tema del referéndum que estos pretenden, porque en dicha materia, que en efecto es competencia exclusiva del Estado y no de la Comunidades autónomas según el art. 149.1.32 de la Constitución (no lo olvidemos), sí cabria algún tipo de negociación, siempre y cuando no quieran imponer su personal criterio de tan singular manera, como lo están haciendo en el caso presente, en que muestran su oposición al cumplimiento de una sentencia del más alto Tribunal de la nación, cual es el Tribunal Supremo, a través de la violencia elevada a la enésima potencia, ante la pasividad de un débil Gobierno en funciones, cuya única preocupación parece ser que en estos momentos no es otra que la de exhumar a Franco del Valle de los Caídos. En todo caso, si aquellos no están de acuerdo con dicha resolución judicial, que utilicen los medios legales a su alcance establecidos para ello, léase recursos al Tribunal Constitucional o al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Pero la razón de la fuerza nunca puede ser la fuerza de la razón.




(1) Se refería a que, antes de ser ministra de Cultura, había sido Consejera del ramo en la Junta de Andalucía.
(2) Locución adverbial que significa coloquialmente de improviso, sin preparación o sin recursos.
(3) Que no se puede disolver, o sea, deshacer algo poniendo fin a la unión de sus componentes.
(4) Que no se puede dividir, esto es, que no se puede partir o separar algo en partes.
(5) Se necesitaría la aprobación de los dos tercios de cada Cámara, la disolución inmediata de las Cortes, una nueva aprobación por idéntica mayoría de las nuevas Cámaras elegidas y sometimiento a referéndum para su ratificación (art. 168 C.E).
(6) Término no admitido hasta la 22ª edición del diccionario de la RAE, en la actualidad figura como verbo con el significado de rascar.






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