miércoles, 1 de abril de 2020

LA FACUNDIA DEL PRESIDENTE


 Según el diccionario de la RAE, la palabra mentecato (que etimológicamente procede de dos términos latinos, el sustantivo mens/mentis y el verbo capio/cepi/captum) significa tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón; o también de escaso juicio o entendimiento. Y eso es sin duda, al menos en apariencia, de lo que hace gala con bastante asiduidad nuestra clase política actual.

 Y es que a uno, por ejemplo, le ha llamado muy mucho la atención que en el prolijo Real Decreto-ley 8/2020, de 14 de marzo, promulgado en plena crisis por el antivirus COVID-19 (este, convalidado por el Congreso de los Diputados el 25 de marzo de 2020, está suscrito por el presidente del Gobierno), aparezca una curios palabreja, que al comentarista le agradaría saber a quién se debe el honor de su parida para darle la enhorabuena, cual es la de monomarental. En el Real Decreto aparecen, cómo no (porque eso ya es moneda corriente desde hace bastante tiempo, tanto en leyes como en resoluciones judiciales), otros palabros, tales como mutualización o incremental (este precedido del sustantivo tráfico, con lo que el comentarista desconoce de todas maneras cuál debe ser el sentido exacto que debe dársele a la expresión tráfico incremental. Pero aquel palabro mencionado es digno de ser resaltado, por cuanto sin duda denota la estupidez supina y la falta de conocimientos de algunos, por muchos títulos y más tesis doctorales que tengan en su haber, y que ponen en evidencia hasta dónde puede llegar el culmen de la estulticia humana. A propósito, y como curiosidad, no está de más reparar en esa otra novedosa locución, puesta de moda últimamente como consecuencia del coronavirus entre los que se autodenominan técnicos (y seguida por muchos), de decir que aún no hemos alcanzado el pico de la curva epidémica en cuanto a número de infectados, puesto que una curva por definición no tiene parte puntiaguda y, por tanto, metafísicamente es imposible que tenga pico; sería algo similar o parecido a decir que un círculo puede ser cuadrado o que un cuadrado pueda ser redondo.

 Desde luego, lo que cabe asegurar sin ambages es que la facundia o la elocuencia no son atributos que puedan predicarse de nuestro presidente del Gobierno, que nada tiene que ver con colegas políticos de épocas pretéritas, como los españoles don Emilio Castelar o don Antonio Cánovas del Castillo (por no remontarnos a oradores de la Grecia o Roma clásicas, cuales Pericles, Demóstenes o Cicerón), de quienes podría decirse, plagiando a Juan el Bautista (porque de plagio algo sabe el sr, Sánchez) al referirse a Jesús de Nazareth en los Evangelios, que Petrus non dignus est ut solvat eorum corrigiam calceamenti (Lc 3-16, Jn 1-27). A título de curiosidad, de una de las últimas ruedas de prensa de don Pedro un servidor anotó, y en menos de tres minutos, las habituales perlas literarias a que ya nos tiene acostumbrados, como ellos y ellas, empleados y empleadas, funcionarios y funcionarias, sanitarios y sanitarias, o trabajadores y trabajadoras, expresiones que, por reiterativas, resultan monótonas y cansinas, por no decir que disonantes y hasta ciertamente cacofónicas.

 Pero, volviendo al tema que nos ocupa, es de suponer que probablemente el inventor del palabro en cuestión lo haya hecho con base en (para la RAE es mejor que en base a) esa moda surgida no hace mucho tiempo, entre políticos de izquierdas, del llamado lenguaje inclusivo y que uno sigue sin saber en qué consiste exactamente porque, según el DRAE, el vocablo inclusivo significa que incluye o tiene virtud y capacidad para incluir y en el caso concreto no está del todo suficientemente claro qué es lo que se incluye. Pero en el caso concreto de la dichosa palabreja no cabe duda de que acontece así porque no se tiene ni puñetera idea de latín, que, no lo olvidemos. es nuestra lengua madre. En efecto, a la palabra monoparental (que sí está admitida por la RAE, al contrario que monomarental, que no lo está), como dicho de una familia que está formada solo por el padre o la madre y los hijos, se le ha asignado, erróneamente por supuesto, un sentido que de ningún modo guarda relación alguna con su origen. En efecto, haciendo abstracción del elemento compositivo mono- (en griego μονο, que significa único o uno solo, como en el caso de monomanía, que es la que un servidor, lo confiesa, tiene con el mal uso del lenguaje en el habla culta, que no culto (1), aunque a alguien no le suene bien), el vocablo parental nada tiene que ver con padre, sino con progenitor, pues proviene del latín parentalis, procedente a su vez de parens/tis, participio de presente del verbo pario/parire, es decir, parir o engendrar. En cambio, el vocablo latino pater (que, incluso, se ha mantenido en español para denominar al sacerdote) se corresponde con padre o cabeza de familia, en tanto que parens hay que traducirlo por el padre o la madre sin distinción.

 Sin duda, con motivo de la llamada revolución sexual y de los cambios en la familia, a partir de la década de los 70 comenzó a cuestionarse la idea del varón como jefe de familia; y el padre tuvo que empezar a compartir con la madre los deberes sobre los hijos, ya que los derechos ya los tenía desde el Derecho romano a través de la patria potestad. Y se acuñó (indebidamente también, puesto que tampoco se recoge en el diccionario de la RAE), la palabra parentalidad, como alternativa a paternidad, que sí lo está al igual que el de maternidad. Podríamos decir que la familia pasa a ser algo co-parental, si se le permite a uno la expresión, porque ambos (padre y madre) comparten derechos y obligaciones. Pero el término monomarental en vez de monoparental, quizás para enfatizar el hecho de que las familias monoparentales están encabezadas mayormente por mujeres, no es en modo alguno adecuado, porque parental se refiere (hay que insistir en ello una vez más) tanto a padre como a madre; no deriva de padre, sino de pariente en el sentido de progenitor. En todo caso ni monomaternal ni monopaternal son términos que asimismo no están admitidos por la RAE. Organismos lingüísticos de prestigio como Fundéu BBVA sugieren locuciones opcionales como familia monoparental materna, familia monoparental de madre o familia monoparental de mujer. 

Por cierto, al regular la patria potestad, nuestros modernos legisladores  no han sido tampoco muy coherentes que digamos en los últimos tiempos. Sí, porque el Código civil en su promulgación allá por el año 1889 decía en su art. 154 (2) que el padre y, en su defecto, la madre, tienen potestad sobre sus hijos legítimos no emancipados, redacción que se mantuvo en la reforma de 1975; la Ley 11/1981, de 13 de mayo, lo modificó en el sentido de que los hijos no emancipados están bajo la potestad del padre y de la madre; la Ley 13/2005, de 1 de julio, dijo que los hijos no emancipados están bajo la potestad de sus progenitores; la Ley 54/2007, de 28 de diciembre, estableció que los hijos no emancipados están bajo la potestad de los padres; y la Ley 26/2015, de 28 de julio, volvió a determinar que los hijos no emancipados están bajo la patria potestad de los progenitores (3). O sea, y como obviamente se aprecia de facto, mayor inconsecuencia legislativa no cabe.



(1) Habla es voz femenina, si bien, al comenzar por /a/ tónica, exige el uso de la forma el del artículo, si entre ambos elementos no se interpone otra palabra; pero los adjetivos deben ir en forma femenina (DPD).
(2) Dicho artículo, referido a la patria potestad, ha mantenido la numeración desde sus inicios.
(3) Tal redacción se mantiene en la actualidad.



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