domingo, 25 de septiembre de 2011

A VUELTAS CON EL LENGUAJE ( II )


Antes de abordar el tema del exordio, -en la anterior entrega sobre el mismo prometía hablar algo más acerca de los barbarismos lingüísticos conocidos como laísmo, leísmo y loísmo-, me voy a permitir hacer un pequeño inciso sobre la cuestión, esbozada asimismo entonces de pasada, de que la RAE no es insensible a recoger en el diccionario aquellas novedades lingüísticas que van haciéndose normales a lo largo del tiempo. Y a las pruebas me remito. Me refiero a otro supuesto que en apariencia parece una contradicción, pero que está ahí; en concreto la referente a la definición del tiempo de prolongación que se agrega a un partido de fútbol en cada uno de los tiempos en que éste se divide. Porque en teoría, si la idea de descontar va unida a la de deducir o rebajar, no sería lógico que a dicho tiempo adicional se le llamara descuento. Pues resulta que sí, que es correcto; porque el Diccionario de la RAE, en su segunda acepción del término, dice que éste es el periodo de tiempo que, por interrupción de un partido u otra competición deportiva, añade el árbitro al final reglamentario para compensar el tiempo perdido. Las cosas como son. (Por cierto, antiguas ediciones abreviadas de las enciclopedias Espasa Calpe, Herder o Larousse no lo recogen).
Yendo al tema que nos ocupa, según la RAE también, los pronombres personales átonos son aquellos que funcionan, ya como complemento verbal no preposicional (caso de “te lo digo”), ya formando parte de los verbos pronominales (como en “se arrepiente”), o adoptando determinados matices significativos o expresivos en las formas reflexivas (sirva como ejemplo “se lava”). Precisamente por su carácter átono, se pronuncian necesariamente ligados al verbo, con el que forman una unidad acentual. Y, por carecer de independencia fónica, se denominan clíticos: proclíticos cuando anteceden al verbo, como en la expresión “me lo dijo”; y enclíticos, cuando lo siguen, como en la frase “dímelo”.
Mas centrémonos en los de tercera persona, que a la postre son los que originan los citados vicios del lenguaje a que antes se ha hecho referencia (laísmo, leísmo y loísmo), y más exactamente cuando hacen las veces de complemento directo o indirecto: en el segundo supuesto “le” o “les”; y en el primerolo” o “los” para el género masculino según sea singular o plural, “la” o “las” para el género femenino de iguales accidentes gramaticales, y “lo” para el neutro, pues en español no existe el plural de este género. Etimológicamente proceden de los dativos latinos “illi” e “illis”, y de los acusativos también latinos “illum” e “illos; “illam” e “illas” e “illud “, por este orden (en latín el acusativo plural es “illa”, pero ya hemos dicho que no tiene correspondencia en nuestro idioma).
El laísmo es, pues, el empleo irregular de las formas “la” y “las” del pronombre femenino ella, cuyo papel relacional en la estructura gramatical de la oración en todas las situaciones sin excepción es la de complemento directo, esto es, cuando completa el significado de un verbo transitivo; nunca como complemento indirecto. Así, por ejemplo, decir la dije o la di un beso es un error sumamente grave y debe ser rechazado, por mucho que últimamente prolifere cada vez más entre profesionales de los medios de comunicación, sobre todo oriundos de Castilla, -y curiosamente no de Andalucía-, puesto que allí se supone que el idioma español tuvo su cuna.
El loísmo es el error consistente en emplear las formas “lo” y “los” del pronombre él en función de complemento indirecto masculino (de persona o de cosa) o neutro (cuando el antecedente es un pronombre neutro o toda una oración), en lugar de “le” o “les”, que es la forma a la que corresponde ejercer esa misión. En el caso del loísmo es menos frecuente encontrar ejemplos, por cuanto la incidencia de éste ha sido siempre escasa en la lengua escrita, especialmente en singular; y hoy se documenta sólo en textos de marcado carácter dialectal. Es el mismo caso que veíamos con el laísmo aplicado al género masculino, siendo igual de grave que el anterior. Un ejemplo podría ser éste: a lo que dijiste "lo" pude haber dado más relevancia, pero no lo hice".
Y el leísmo es el uso impropio de la forma “le” o “les” en función de complemento directo, en lugar de “lo” para el masculino singular o neutro, “los” para el masculino plural y  "la" o “las” para el femenino de ambos  números respectivamente.
Pero como en este último vicio del lenguaje la casuística es muy variada y compleja, el comentario sobre el mismo ha de ser bastante más prolijo. 
                                                                                                                               (continuará

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